10
El Señor
llenó de pánico a los amorreos, y los israelitas masacraron a un gran número de ellos en Gabaón. Después persiguieron a sus enemigos por el camino que lleva a Bet-horón y los fueron matando a lo largo de toda la ruta a Azeca y Maceda.
11
Mientras los amorreos estaban en retirada por el camino de Bet-horón, el Señor
los destruyó mediante una terrible tormenta de granizo que envió desde el cielo, y que no paró hasta que llegaron a Azeca. El granizo mató a más enemigos de los que mataron los israelitas a filo de espada.
12
El día que el Señor
les dio a los israelitas la victoria sobre los amorreos, Josué oró al Señor
delante de todo el pueblo de Israel y dijo:
«Que el sol se detenga sobre Gabaón,
y la luna, sobre el valle de Ajalón».
13
Entonces el sol se detuvo y la luna se quedó en su sitio hasta que la nación de Israel terminó de derrotar a sus enemigos.
¿Acaso no está registrado ese suceso en
?
El sol se detuvo en medio del cielo y no se ocultó como en un día normal.
14
Jamás, ni antes ni después, hubo un día como ese, cuando el Señor
contestó semejante oración. ¡Sin duda, ese día el Señor
peleó por Israel!
15
Después Josué y el ejército israelita regresaron a su campamento, en Gilgal.
16
Josué mata a los cinco reyes del sur
Durante la batalla, los cinco reyes escaparon y se escondieron en una cueva, en Maceda.
17
Cuando Josué oyó que los habían encontrado,
18
dio la siguiente orden: «Cubran la abertura de la cueva con rocas grandes y pongan guardias en la entrada, para mantener adentro a los reyes.
19
Los demás continúen persiguiendo a los enemigos y mátenlos por la retaguardia. No los dejen volver a sus ciudades, porque el Señor
, Dios de ustedes, les ha dado la victoria sobre ellos».
20
Entonces Josué y el ejército israelita continuaron con la masacre y derrotaron al enemigo por completo. Exterminaron totalmente a los cinco ejércitos con excepción de un pequeño grupo que logró llegar a sus ciudades fortificadas.
21
Luego los israelitas volvieron a salvo al campamento de Maceda, donde estaba Josué. Después de eso, nadie se atrevió a decir ni una sola palabra en contra de Israel.
22
Luego Josué dijo: «Quiten las rocas que cubren la abertura de la cueva y tráiganme a los cinco reyes».
23
Así que hicieron salir de la cueva a los cinco reyes de las ciudades de Jerusalén, de Hebrón, de Jarmut, de Laquis y de Eglón.
24
Cuando los sacaron, Josué les dijo a los comandantes de su ejército: «Acérquense y pónganles el pie sobre el cuello a estos reyes». Y ellos hicieron lo que se les dijo.
25
«Jamás tengan miedo ni se desanimen —les dijo Josué a sus hombres—. Sean fuertes y valientes, porque el Señor
hará lo mismo con todos sus enemigos».
26
Entonces Josué mató a cada uno de los cinco reyes y los atravesó con cinco postes afilados, donde quedaron colgados hasta la tarde.
27
Mientras se ponía el sol, Josué mandó que descolgaran los cuerpos de los postes y que los arrojaran dentro de la cueva donde se habían escondido los reyes. Luego taparon la abertura de la cueva con un montón de rocas grandes, lo cual permanece allí hasta el día de hoy.
28
Israel destruye las ciudades del sur
Ese mismo día, Josué tomó y destruyó la ciudad de Maceda. Mató a todos sus habitantes, incluso al rey, y no dejó a nadie con vida. Los destruyó a todos y mató al rey de Maceda, lo mismo que había hecho con el rey de Jericó.
29
Después, Josué y los israelitas se dirigieron hacia Libna y la atacaron.
30
Allí también el Señor
les entregó la ciudad con su rey. Mató a todos sus habitantes sin dejar a nadie con vida. Luego Josué mató al rey de Libna, lo mismo que había hecho con el rey de Jericó.