8
Los jóvenes me daban paso cuando me veían,
e incluso los ancianos se ponían de pie en señal de respeto cuando yo llegaba.
9
Los príncipes guardaban silencio
y se cubrían la boca con las manos.
10
Las más altas autoridades de la ciudad se quedaban calladas,
y refrenaban la lengua en señal de respeto.
11
»Los que me oían, me elogiaban;
los que me veían hablaban bien de mí.
12
Pues yo ayudaba a los pobres en su necesidad
y a los huérfanos que requerían ayuda.
13
Ayudaba a los que estaban sin esperanza y ellos me bendecían;
y hacía que cantara de alegría el corazón de las viudas.
14
Siempre me comportaba con honradez;
la rectitud me cubría como un manto
y usaba la justicia como un turbante.
15
Yo era los ojos de los ciegos,
y los pies de los cojos.
16
Era un padre para los pobres
y ayudaba a los extranjeros en necesidad.
17
Rompía la cara de los opresores incrédulos
y arrancaba a sus víctimas de entre sus dientes.
18
»Yo pensaba: “Ciertamente moriré rodeado de mi familia
después de una larga y buena vida.
19
Pues soy como un árbol con raíces que llegan al agua,
con ramas que se refrescan con el rocío.
20
Todo el tiempo me rinden nuevos honores
y mi fuerza se renueva continuamente”.
21
»Todos escuchaban mis consejos;
estaban en silencio esperando que yo hablara.
22
Y después que hablaba, no tenían nada que agregar
porque mi consejo les satisfacía.
23
Anhelaban mis palabras como la gente anhela la lluvia;
las bebían como a la lluvia refrescante de primavera.
24
Cuando estaban desanimados, yo les sonreía;
mi mirada de aprobación era preciosa para ellos.
25
Como hace un jefe, yo les decía qué hacer.
Vivía como un rey entre sus tropas
y consolaba a los que estaban de luto.