2
Una canasta estaba llena de higos frescos y maduros, mientras que la otra tenía higos malos, tan podridos que no podían comerse.
3
Entonces el Señor
me preguntó:
—¿Qué ves, Jeremías?
—Higos —contesté—, algunos muy buenos y otros muy malos, tan podridos que no pueden comerse.
4
Entonces el Señor
me dio este mensaje:
5
«Esto dice el Señor
, Dios de Israel: los higos buenos representan a los desterrados que yo envié de Judá a la tierra de los babilonios.
6
Velaré por ellos, los cuidaré y los traeré de regreso a este lugar. Los edificaré y no los derribaré. Los plantaré y no los desarraigaré.
7
Les daré un corazón que me reconozca como el Señor
. Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios, porque se volverán a mí de todo corazón.
8
»Sin embargo, los higos malos —dice el Señor
—, representan al rey Sedequías de Judá, a sus funcionarios, a todo el pueblo que quedó en Jerusalén y a los que viven en Egipto. Los trataré como a higos malos, tan podridos que no pueden comerse.
9
Los haré objeto de horror y un símbolo de maldad para todas las naciones de la tierra. En todos los lugares donde yo los disperse, serán objetos de desprecio y de burla. Los maldecirán y se mofarán de ellos.
10
Les enviaré guerra, hambre y enfermedad hasta que desaparezcan de la tierra de Israel, tierra que les di a ellos y a sus antepasados».