2
Levántate del polvo, oh Jerusalén,
y siéntate en un lugar de honor.
Quítate del cuello las cadenas de la esclavitud,
oh hija cautiva de Sión.
3
Pues esto dice el Señor
:
«Cuando te vendí al destierro
no recibí pago alguno;
ahora puedo redimirte
sin tener que pagar por ti».
4
Esto dice el Señor
Soberano: «Hace mucho tiempo, mi pueblo decidió vivir en Egipto. Ahora es Asiria la que lo oprime.
5
¿Qué es esto? —pregunta el Señor
—. ¿Por qué está esclavizado mi pueblo nuevamente? Quienes lo gobiernan gritan de júbilo; todo el día blasfeman mi nombre.
6
Pero yo revelaré mi nombre a mi pueblo, y llegará a conocer mi poder. Entonces, por fin mi pueblo reconocerá que soy yo quien le habla».
7
¡Qué hermosos son sobre los montes
los pies del mensajero que trae buenas noticias,
buenas noticias de paz y de salvación,
las noticias de que el Dios de Israel
reina!
8
Los centinelas gritan y cantan de alegría,
porque con sus propios ojos
ven al Señor
regresando a Jerusalén.
9
Que las ruinas de Jerusalén canten de alegría,
porque el Señor
ha consolado a su pueblo,
ha redimido a Jerusalén.
10
El Señor
ha manifestado su santo poder
ante los ojos de todas las naciones,
y todos los confines de la tierra verán
la victoria de nuestro Dios.
11
¡Salgan! Salgan y dejen atrás su cautiverio,
donde todo lo que tocan es impuro.
Salgan de allí y purifíquense,
ustedes que vuelven a su tierra con los objetos sagrados del Señor
.
12
No saldrán con prisa,
como quien corre para salvar su vida.
Pues el Señor
irá delante de ustedes;
atrás los protegerá el Dios de Israel.