22
¡Pero anímense! Ninguno de ustedes perderá la vida, aunque el barco se hundirá.
23
Pues anoche un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien sirvo estuvo a mi lado
24
y dijo: “¡Pablo, no temas, porque ciertamente serás juzgado ante el César! Además, Dios, en su bondad, ha concedido protección a todos los que navegan contigo”.
25
Así que, ¡anímense! Pues yo le creo a Dios. Sucederá tal como él lo dijo,
26
pero seremos náufragos en una isla».
27
El naufragio
Como a la medianoche de la decimocuarta noche de la tormenta, mientras los vientos nos empujaban por el mar Adriático,
los marineros presintieron que había tierra cerca.
28
Arrojaron una cuerda con una pesa y descubrieron que el agua tenía treinta y siete metros de profundidad. Un poco después, volvieron a medir y vieron que solo había veintisiete metros de profundidad.
29
A la velocidad que íbamos, ellos tenían miedo de que pronto fuéramos arrojados contra las rocas que estaban a lo largo de la costa; así que echaron cuatro anclas desde la parte trasera del barco y rezaron que amaneciera.
30
Luego los marineros trataron de abandonar el barco; bajaron el bote salvavidas como si estuvieran echando anclas desde la parte delantera del barco.
31
Así que Pablo les dijo al oficial al mando y a los soldados: «Todos ustedes morirán a menos que los marineros se queden a bordo».
32
Entonces los soldados cortaron las cuerdas del bote salvavidas y lo dejaron a la deriva.
33
Cuando empezó a amanecer, Pablo animó a todos a que comieran. «Ustedes han estado tan preocupados que no han comido nada en dos semanas —les dijo—.
34
Por favor, por su propio bien, coman algo ahora. Pues no perderán ni un solo cabello de la cabeza».
35
Así que tomó un poco de pan, dio gracias a Dios delante de todos, partió un pedazo y se lo comió.
36
Entonces todos se animaron y empezaron a comer,
37
los doscientos setenta y seis que estábamos a bordo.
38
Después de comer, la tripulación redujo aún más el peso del barco echando al mar la carga de trigo.
39
Cuando amaneció, no reconocieron la costa, pero vieron una bahía con una playa y se preguntaban si podrían llegar a la costa haciendo encallar el barco.
40
Entonces cortaron las anclas y las dejaron en el mar. Luego soltaron los timones, izaron las velas de proa y se dirigieron a la costa;
41
pero chocaron contra un banco de arena y el barco encalló demasiado rápido. La proa del barco se clavó en la arena, mientras que la popa fue golpeada repetidas veces por la fuerza de las olas y comenzó a hacerse pedazos.
42
Los soldados querían matar a los prisioneros para asegurarse de que no nadaran hasta la costa y escaparan;