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Unos días más tarde el rey Agripa llegó con su hermana, Berenice,
a presentar sus respetos a Festo.
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Durante su visita de varios días, Festo conversó con el rey acerca del caso de Pablo.
—Aquí hay un prisionero —le dijo— cuyo caso me dejó Félix.
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Cuando yo estaba en Jerusalén, los sacerdotes principales y los ancianos judíos presentaron cargos en su contra y me pidieron que yo lo condenara.
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Les hice ver que la ley romana no declara culpable a nadie sin antes tener un juicio. El acusado debe tener una oportunidad para que confronte a sus acusadores y se defienda.
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»Cuando los acusadores de Pablo llegaron aquí para el juicio, yo no me demoré. Convoqué al tribunal el día siguiente y di órdenes para que trajeran a Pablo,
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pero las acusaciones que hicieron en su contra no correspondían a ninguno de los delitos que yo esperaba.
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En cambio, tenían algo que ver con su religión y con un hombre muerto llamado Jesús, quien —según Pablo— está vivo.
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No sabía cómo investigar estas cuestiones, así que le pregunté si él estaba dispuesto a ser juzgado por estos cargos en Jerusalén;
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pero Pablo apeló al emperador para que resuelva su caso. Así que di órdenes de que lo mantuvieran bajo custodia hasta que yo pudiera hacer los arreglos necesarios para enviarlo al César.
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—Me gustaría oír personalmente a ese hombre —dijo Agripa.
Y Festo respondió:
—¡Mañana lo oirás!
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Pablo habla con Agripa
Así que, al día siguiente, Agripa y Berenice llegaron al auditorio con gran pompa, acompañados por oficiales militares y hombres prominentes de la ciudad. Festo dio órdenes de que trajeran a Pablo.