4
Los que estaban cerca de Pablo, le dijeron:
—¿Te atreves a insultar al sumo sacerdote de Dios?
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—Lo siento, hermanos. No me había dado cuenta de que él es el sumo sacerdote —contestó Pablo—, porque las Escrituras dicen: “No hablarás mal de ninguno de tus gobernantes”
.
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Pablo se dio cuenta de que algunos miembros del Concilio Supremo eran saduceos y que otros eran fariseos, por lo tanto, gritó: «Hermanos, ¡yo soy fariseo, al igual que mis antepasados! ¡Y estoy en juicio porque mi esperanza está en la resurrección de los muertos!».
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Esto dividió al Concilio —puso a los fariseos contra los saduceos—,
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porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, pero los fariseos sí creen en todo esto.
9
Así que hubo un gran alboroto. Algunos de los maestros de la ley religiosa que eran fariseos se levantaron de un salto y comenzaron a discutir enérgicamente. «Nosotros no encontramos nada malo en él —gritaban—. Tal vez algún espíritu o ángel le habló».
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Como el conflicto se tornó más violento, el comandante tenía temor de que descuartizaran a Pablo. De modo que les ordenó a sus soldados que fueran a rescatarlo por la fuerza y lo regresaran a la fortaleza.
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Esa noche el Señor se le apareció a Pablo y le dijo:
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Plan para matar a Pablo
A la mañana siguiente, un grupo de judíos
se reunió y se comprometió mediante un juramento a no comer ni beber hasta matar a Pablo.
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Eran más de cuarenta los cómplices en la conspiración.
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Fueron a los sacerdotes principales y a los ancianos y les dijeron: «Nos hemos comprometido mediante un juramento a no comer nada hasta que hayamos matado a Pablo.
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Así que ustedes y el Concilio Supremo deberían pedirle al comandante que lleve otra vez a Pablo ante el Concilio. Aparenten que quieren examinar su caso más a fondo. Nosotros lo mataremos en el camino».
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Pero el sobrino de Pablo —el hijo de su hermana— se enteró del plan y fue a la fortaleza y se lo contó a Pablo.
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Pablo mandó llamar a uno de los oficiales romanos
y le dijo: «Lleva a este joven al comandante; tiene algo importante que decirle».
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Entonces el oficial lo hizo y explicó: «El prisionero Pablo me llamó y me pidió que le trajera a este joven porque tiene algo que decirle».
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El comandante lo tomó de la mano, lo llevó a un lado y le preguntó:
—¿Qué es lo que quieres decirme?
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El sobrino de Pablo le dijo:
—Unos judíos van a pedirle que usted lleve mañana a Pablo ante el Concilio Supremo, fingiendo que quieren obtener más información.
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¡Pero no lo haga! Hay más de cuarenta hombres escondidos por todo el camino, listos para tenderle una emboscada. Ellos han jurado no comer ni beber nada hasta que lo hayan matado. Ya están listos, solo esperan su consentimiento.
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—Que nadie sepa que me has contado esto —le advirtió el comandante al joven.
23
Pablo es enviado a Cesarea
Entonces el comandante llamó a dos de sus oficiales y les dio la siguiente orden: «Preparen a doscientos soldados para que vayan a Cesarea esta noche a las nueve. Lleven también doscientos lanceros y setenta hombres a caballo.
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Denle caballos a Pablo para el viaje y llévenlo a salvo al gobernador Félix».
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Después escribió la siguiente carta al gobernador:
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«De Claudio Lisias. A su excelencia, el gobernador Félix. ¡Saludos!
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»Unos judíos detuvieron a este hombre y estaban a punto de matarlo cuando llegué con mis tropas. Luego me enteré de que él era ciudadano romano, entonces lo trasladé a un lugar seguro.
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Después lo llevé al Concilio Supremo judío para tratar de averiguar la razón de las acusaciones en su contra.
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Pronto descubrí que el cargo tenía que ver con su ley religiosa, nada que merezca prisión o muerte en absoluto;
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pero cuando se me informó de un complot para matarlo, se lo envié a usted de inmediato. Les he dicho a sus acusadores que presenten los cargos ante usted».
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Así que, esa noche, tal como se les había ordenado, los soldados llevaron a Pablo tan lejos como Antípatris.
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A la mañana siguiente, ellos regresaron a la fortaleza mientras que las tropas a caballo trasladaron a Pablo hasta Cesarea.
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Cuando llegaron a Cesarea, lo presentaron ante el gobernador Félix y le entregaron la carta.
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El gobernador la leyó y después le preguntó a Pablo de qué provincia era.
—De Cilicia —contestó Pablo.
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—Yo mismo oiré tu caso cuando lleguen los que te acusan —le dijo el gobernador.
Luego el gobernador ordenó que lo pusieran en la prisión del cuartel general de Herodes.