7
Caí al suelo y oí una voz que me decía:
8
»“¿Quién eres, señor?”, pregunté.
»Y la voz contestó:
9
La gente que iba conmigo vio la luz pero no entendió la voz que me hablaba.
10
Yo pregunté: “¿Qué debo hacer, Señor?”. Y el Señor me dijo:
11
»Quedé ciego por la intensa luz y mis compañeros tuvieron que llevarme de la mano hasta Damasco.
12
Allí vivía un hombre llamado Ananías. Era un hombre recto, muy devoto de la ley y muy respetado por todos los judíos de Damasco.
13
Él llegó y se puso a mi lado y me dijo: “Hermano Saulo, recobra la vista”. Y, en ese mismo instante, ¡pude verlo!
14
»Después me dijo: “El Dios de nuestros antepasados te ha escogido para que conozcas su voluntad y para que veas al Justo y lo oigas hablar.
15
Pues tú serás su testigo; les contarás a todos lo que has visto y oído.
16
¿Qué esperas? Levántate y bautízate. Queda limpio de tus pecados al invocar el nombre del Señor”.
17
»Después de regresar a Jerusalén y, mientras oraba en el templo, caí en un estado de éxtasis.
18
Tuve una visión de Jesús,
quien me decía:
19
»“Pero Señor —argumenté—, seguramente ellos saben que, en cada sinagoga, yo encarcelé y golpeé a los que creían en ti.
20
Y estuve totalmente de acuerdo cuando mataron a tu testigo Esteban. Estuve allí cuidando los abrigos que se quitaron cuando lo apedrearon”.
21
»Pero el Señor me dijo:
».
22
La multitud escuchó hasta que Pablo dijo esta palabra. Entonces todos comenzaron a gritar: «¡Llévense a ese tipo! ¡No es digno de vivir!».
23
Gritaron, arrojaron sus abrigos y lanzaron puñados de polvo al aire.
24
Pablo revela su ciudadanía romana
El comandante llevó a Pablo adentro y ordenó que lo azotaran con látigos para hacerlo confesar su delito. Quería averiguar por qué la multitud se había enfurecido.
25
Cuando ataron a Pablo para azotarlo, Pablo le preguntó al oficial
que estaba allí:
—¿Es legal que azoten a un ciudadano romano que todavía no ha sido juzgado?
26
Cuando el oficial oyó esto, fue al comandante y le preguntó: «¿Qué está haciendo? ¡Este hombre es un ciudadano romano!».
27
Entonces el comandante se acercó a Pablo y le preguntó:
—Dime, ¿eres ciudadano romano?
—Sí, por supuesto que lo soy —respondió Pablo.