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Última visita de Pablo a Troas
El primer día de la semana, nos reunimos con los creyentes locales para participar de la Cena del Señor.
Pablo les estaba predicando y, como iba a viajar el día siguiente, siguió hablando hasta la medianoche.
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El cuarto de la planta alta, donde nos reuníamos, estaba iluminado con muchas lámparas que titilaban.
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Como Pablo hablaba y hablaba, a un joven llamado Eutico, que estaba sentado en el borde de la ventana, le dio mucho sueño. Finalmente se quedó profundamente dormido y se cayó desde el tercer piso y murió.
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Pablo bajó, se inclinó sobre él y lo tomó en sus brazos. «No se preocupen —les dijo—, ¡está vivo!».
11
Entonces todos regresaron al cuarto de arriba, participaron de la Cena del Señor
y comieron juntos. Pablo siguió hablándoles hasta el amanecer y luego se fue.
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Mientras tanto, llevaron al joven a su casa ileso y todos sintieron un gran alivio.
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Pablo se reúne con los ancianos de Éfeso
Pablo viajó por tierra hasta Asón, donde había arreglado que nos encontráramos con él, y nosotros viajamos por barco.
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Allí él se unió a nosotros, y juntos navegamos a Mitilene.
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Al otro día, navegamos frente a la isla de Quío. Al día siguiente, cruzamos hasta la isla de Samos y,
un día después, llegamos a Mileto.
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Pablo había decidido navegar sin detenerse en Éfeso porque no quería pasar más tiempo en la provincia de Asia. Se apresuraba a llegar a Jerusalén, de ser posible, para el Festival de Pentecostés.
17
Cuando llegamos a Mileto, Pablo envió un mensaje a los ancianos de la iglesia de Éfeso para pedirles que vinieran a su encuentro.
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Cuando llegaron, Pablo declaró: «Ustedes saben que desde el día que pisé la provincia de Asia hasta ahora,
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he hecho el trabajo del Señor con humildad y con muchas lágrimas. He soportado las pruebas que me vinieron como consecuencia de las conspiraciones de los judíos.
20
Nunca me eché para atrás a la hora de decirles lo que necesitaban oír, ya fuera en público o en sus casas.
21
He tenido un solo mensaje para los judíos y los griegos por igual: la necesidad de arrepentirse del pecado, de volver a Dios y de tener fe en nuestro Señor Jesucristo.
22
»Ahora estoy obligado por el Espíritu
a ir a Jerusalén. No sé lo que me espera allí,
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solo que el Espíritu Santo me dice que en ciudad tras ciudad, me esperan cárcel y sufrimiento;
24
pero mi vida no vale nada para mí a menos que la use para terminar la tarea que me asignó el Señor Jesús, la tarea de contarles a otros la Buena Noticia acerca de la maravillosa gracia de Dios.
25
»Y ahora sé que ninguno de ustedes, a quienes les he predicado del reino, volverá a verme.
26
Declaro hoy que he sido fiel. Si alguien sufre la muerte eterna, no será mi culpa,
27
porque no me eché para atrás a la hora de declarar todo lo que Dios quiere que ustedes sepan.