22
»Ahora estoy obligado por el Espíritu
a ir a Jerusalén. No sé lo que me espera allí,
23
solo que el Espíritu Santo me dice que en ciudad tras ciudad, me esperan cárcel y sufrimiento;
24
pero mi vida no vale nada para mí a menos que la use para terminar la tarea que me asignó el Señor Jesús, la tarea de contarles a otros la Buena Noticia acerca de la maravillosa gracia de Dios.
25
»Y ahora sé que ninguno de ustedes, a quienes les he predicado del reino, volverá a verme.
26
Declaro hoy que he sido fiel. Si alguien sufre la muerte eterna, no será mi culpa,
27
porque no me eché para atrás a la hora de declarar todo lo que Dios quiere que ustedes sepan.
28
»Entonces cuídense a sí mismos y cuiden al pueblo de Dios. Alimenten y pastoreen al rebaño de Dios —su iglesia, comprada con su propia sangre
— sobre quien el Espíritu Santo los ha designado ancianos.
29
Sé que, después de mi salida, vendrán en medio de ustedes falsos maestros como lobos rapaces y no perdonarán al rebaño.
30
Incluso algunos hombres de su propio grupo se levantarán y distorsionarán la verdad para poder juntar seguidores.
31
¡Cuidado! Recuerden los tres años que pasé con ustedes —de día y de noche mi constante atención y cuidado— así como mis muchas lágrimas por cada uno de ustedes.
32
»Y ahora los encomiendo a Dios y al mensaje de su gracia, que tiene poder para edificarlos y darles una herencia junto con todos los que él ha consagrado para sí mismo.