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—¡Usted nos ha salvado la vida! —exclamaron ellos—. Permítanos, señor nuestro, ser los esclavos del faraón.
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Entonces José emitió un decreto, aún vigente en la tierra de Egipto, según el cual el faraón recibiría una quinta parte de todas las cosechas cultivadas en su tierra. Solo la región perteneciente a los sacerdotes no fue entregada al faraón.
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Mientras tanto, el pueblo de Israel se estableció en la región de Gosén, en Egipto. Allí adquirieron propiedades, y fueron prósperos y la población creció con rapidez.
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Jacob vivió diecisiete años después de haber llegado a Egipto, así que en total vivió ciento cuarenta y siete años.
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Cuando se acercaba el momento de su muerte, Jacob
llamó a su hijo José, y le dijo:
—Te ruego que me hagas un favor. Pon tu mano debajo de mi muslo y jura que me tratarás con amor inagotable al hacer honor a esta última petición: no me entierres en Egipto;
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cuando muera, llévate mi cuerpo de Egipto y entiérrame con mis antepasados.
Entonces José prometió:
—Haré lo que me pides.
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—Jura que lo harás —insistió Jacob.
Así que José hizo juramento, y Jacob se inclinó con humildad en la cabecera de su cama.