5
Así que los hijos de Jacob
llegaron a Egipto junto con otras personas para comprar alimento, porque el hambre también había llegado a Canaán.
6
Como José era gobernador de Egipto y estaba encargado de vender el grano a todas las personas, sus hermanos tuvieron que acudir a él. Cuando llegaron, se inclinaron delante de él, con el rostro en tierra.
7
José reconoció a sus hermanos enseguida, pero fingió no conocerlos y les habló con dureza.
—Ustedes, ¿de dónde vienen? —les preguntó.
—De la tierra de Canaán —contestaron—. Venimos a comprar alimento.
8
Aunque José reconoció a sus hermanos, ellos no lo reconocieron a él.
9
Entonces recordó los sueños que había tenido acerca de ellos hacía muchos años atrás, y les dijo:
—¡Ustedes son espías! Han venido para ver lo vulnerable que se ha hecho nuestra tierra.
10
—¡No, mi señor! —exclamaron—. Sus siervos han venido simplemente a comprar alimento.
11
Todos nosotros somos hermanos, miembros de la misma familia. ¡Somos hombres honrados, señor! ¡No somos espías!
12
—¡Sí, lo son! —insistió José—. Han venido para ver lo vulnerable que se ha hecho nuestra tierra.
13
—Señor —dijeron ellos—, en realidad somos doce en total. Nosotros, sus siervos, somos todos hermanos, hijos de un hombre que vive en la tierra de Canaán. Nuestro hermano menor quedó con nuestro padre, y uno de nuestros hermanos ya no está con nosotros.
14
Pero José insistió:
—Como dije, ¡ustedes son espías!
15
Voy a comprobar su historia de la siguiente manera: ¡Juro por la vida del faraón que ustedes nunca se irán de Egipto a menos que su hermano menor venga hasta aquí!