7
Luego se presentó Lea con sus hijos, quienes también se inclinaron ante él. Finalmente se presentaron José y Raquel, y ambos se inclinaron ante él.
8
—¿Y qué eran todos esos rebaños y esas manadas que encontré en el camino? —preguntó Esaú.
—Son un regalo, mi señor, para asegurar tu amistad —contestó Jacob.
9
—Hermano mío, yo tengo más que suficiente —dijo Esaú—. Guarda para ti lo que tienes.
10
—No —insistió Jacob—, si he logrado tu favor, te ruego que aceptes este regalo de mi parte. ¡Y qué alivio es ver tu amigable sonrisa! ¡Es como ver el rostro de Dios!
11
Por favor, acepta este regalo que te traje, porque Dios ha sido muy generoso conmigo. Yo tengo más que suficiente.
Debido a la insistencia de Jacob, Esaú finalmente aceptó el regalo.
12
—Bien —dijo Esaú—, vamos. Yo iré delante de ti.
13
Pero Jacob respondió:
—Tú mismo puedes ver, mi señor, que algunos de los niños son muy pequeños, y los rebaños y las manadas también tienen sus crías. Si se les hace caminar mucho, aunque fuera un solo día, todos los animales podrían morir.
14
Por favor, mi señor, ve tú primero. Nosotros iremos detrás más lento, a un ritmo que sea cómodo para los animales y para los niños. Nos encontraremos en Seir.
15
—De acuerdo —dijo Esaú—, pero déjame al menos asignarte a algunos de mis hombres para que los guíen y los protejan.
—No es necesario —respondió Jacob—. ¡Basta que me hayas recibido amigablemente, mi señor!
16
Entonces Esaú se dio la vuelta y emprendió el camino de regreso a Seir ese mismo día.
17
Jacob, en cambio, viajó hasta Sucot. Allí se construyó una casa e hizo cobertizos para su ganado. Por eso aquel lugar se llamó Sucot (que significa «cobertizos»).