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Separó esos animales en manadas y asignó cada manada a un siervo distinto. Luego dijo a estos siervos: «Vayan delante de mí con los animales, pero guarden una buena distancia entre las manadas».
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A los hombres que dirigían el primer grupo les dio las siguientes instrucciones: «Cuando mi hermano Esaú se encuentre con ustedes, él les preguntará: “¿De quién son siervos? ¿Adónde van? ¿Quién es el dueño de estos animales?”.
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Entonces deben contestar: “Pertenecen a su servidor Jacob, pero son un regalo para su señor Esaú. Mire, él viene detrás de nosotros”».
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Jacob dio las mismas instrucciones a los siervos a cargo del segundo y tercer grupo, y a todos los que iban detrás de las manadas: «Cuando se encuentren con Esaú, deben responder lo mismo,
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y asegúrense de decirle: “Mire, su servidor Jacob viene detrás de nosotros”».
Jacob pensó: «Intentaré apaciguarlo enviando regalos antes de mi llegada, y cuando me encuentre con él en persona, quizá me reciba con bondad».
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Así que los regalos fueron enviados por delante, y Jacob pasó la noche en el campamento.
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Jacob lucha con Dios
Durante la noche, Jacob se levantó y tomó a sus dos esposas, a sus dos mujeres esclavas y a sus once hijos, y cruzó el río Jaboc con ellos.
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Después de llevarlos a la otra orilla, hizo pasar todas sus pertenencias.
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Entonces Jacob se quedó solo en el campamento, y llegó un hombre y luchó con él hasta el amanecer.
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Cuando el hombre vio que no ganaría el combate, tocó la cadera de Jacob y la dislocó.
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Luego el hombre le dijo:
—¡Déjame ir, pues ya amanece!
—No te dejaré ir a menos que me bendigas —le dijo Jacob.