29
Rebeca tenía un hermano llamado Labán, el cual salió corriendo al manantial para encontrarse con el hombre.
30
Había visto el anillo en la nariz de su hermana y las pulseras en sus muñecas, y había oído a Rebeca contar lo que el hombre le había dicho. Así que corrió hasta llegar al manantial, donde el hombre aún estaba parado al lado de sus camellos.
31
Entonces Labán le dijo: «¡Ven y quédate con nosotros, hombre bendecido por el Señor
! ¿Por qué estás aquí, fuera de la ciudad, cuando yo tengo un cuarto preparado para ti y un lugar para los camellos?».
32
Entonces el hombre fue con Labán a su casa, y Labán descargó los camellos, y para que se tendieran les proveyó paja, los alimentó, y también trajo agua para que el hombre y los camelleros se lavaran los pies.
33
Luego sirvieron la comida, pero el siervo de Abraham dijo:
—No quiero comer hasta que les haya dicho la razón por la que vine.
—Muy bien —respondió Labán—, dinos.
34
—Yo soy siervo de Abraham —explicó—.
35
Y el Señor
ha bendecido mucho a mi amo; y él se ha enriquecido. El Señor
le ha dado rebaños de ovejas y cabras, manadas de ganado, una fortuna en plata y en oro, y muchos siervos y siervas, camellos y burros.
36
»Cuando Sara, la esposa de mi amo, era ya muy anciana, le dio un hijo a mi amo, y mi amo le ha dado a él todo lo que posee.
37
Mi amo me hizo jurar, y me dijo: “No dejes que mi hijo se case con una de esas mujeres cananeas.
38
Sino que vuelve a la casa de mi padre, a mis parientes, y encuentra allí una esposa para mi hijo”.
39
»Pero yo le dije a mi amo: “¿Y si no encuentro una joven que esté dispuesta a regresar conmigo?”.