9
¡Endurecí tu frente tanto como la roca más dura! Por lo tanto, no les tengas miedo ni te asustes con sus miradas furiosas, por muy rebeldes que sean».
10
Luego agregó: «Hijo de hombre, que todas mis palabras penetren primero en lo profundo de tu corazón. Escúchalas atentamente para tu propio bien.
11
Después ve a tus compatriotas desterrados y diles: “¡Esto dice el Señor
Soberano!”. Hazlo, te escuchen o no».
12
Luego el Espíritu me levantó y oí detrás de mí un fuerte ruido que retumbaba. (¡Alabada sea la gloria del Señor
en su lugar!).
13
Era el sonido de las alas de los seres vivientes al rozarse unas con otras y el retumbar de las ruedas debajo de ellos.
14
El Espíritu me levantó y me sacó de allí. Salí amargado y confundido, pero era fuerte el poder del Señor
sobre mí.
15
Luego llegué a la colonia de judíos desterrados en Tel-abib, junto al río Quebar. Estaba atónito y me quedé sentado entre ellos durante siete días.
16
Centinela para Israel
Después de siete días, el Señor
me dio el siguiente mensaje:
17
«Hijo de hombre, te he puesto como centinela para Israel. Cada vez que recibas un mensaje mío, adviértele a la gente de inmediato.
18
Si les aviso a los perversos: “Ustedes están bajo pena de muerte”, pero tú no les das la advertencia, ellos morirán en sus pecados; y yo te haré responsable de su muerte.
19
Si tú les adviertes, pero ellos se niegan a arrepentirse y siguen pecando, morirán en sus pecados; pero tú te habrás salvado porque me obedeciste.
20
»Si los justos se desvían de su conducta recta y no hacen caso a los obstáculos que pongo en su camino, morirán; y si tú no les adviertes, ellos morirán en sus pecados. No se recordará ninguno de sus actos de justicia y te haré responsable de la muerte de esas personas;
21
pero si les adviertes a los justos que no pequen y te hacen caso y no pecan, entonces vivirán, y tú también te habrás salvado».
22
Luego el Señor
puso su mano sobre mí y me dijo: «Levántate y sal al valle, y allí te hablaré».
23
Entonces me levanté y fui. Allí vi la gloria del Señor
, tal como la había visto en mi primera visión junto al río Quebar, y caí con el rostro en tierra.
24
Después el Espíritu entró en mí y me puso de pie. Me habló y me dijo: «Vete a tu casa y enciérrate.
25
Allí, hijo de hombre, te atarán con cuerdas, para que no puedas salir a estar con el pueblo.
26
Haré que la lengua se te pegue al paladar para que quedes mudo y no puedas reprenderlos, porque son rebeldes.
27
Sin embargo, cuando te dé un mensaje, te soltaré la lengua y te dejaré hablar. Entonces les dirás: “¡Esto dice el Señor
Soberano!”. Los que quieran escuchar, escucharán, pero los que se nieguen, se negarán, porque son rebeldes.