2
«¿Por qué citan ustedes ese proverbio acerca de la tierra de Israel, que dice: “Los padres comieron uvas agrias, pero la boca de sus hijos se frunce por el sabor”?
3
Tan cierto como que yo vivo, dice el Señor
Soberano, que dejarán de citar ese proverbio en Israel.
4
Pues todos los seres humanos son míos para juzgar, los padres y los hijos por igual. Esta es mi regla: la persona que peque es la que morirá.
5
»Supongamos que cierto hombre es recto y hace lo que es justo y correcto.
6
No participa en los banquetes que se ofrecen en los montes ante los ídolos de Israel
ni les rinde culto. No comete adulterio ni tiene relaciones sexuales con una mujer durante su período menstrual.
7
Es un acreedor compasivo, no se queda con objetos entregados en garantía por deudores pobres. No les roba a los pobres, más bien, les da de comer a los hambrientos y les da ropa a los necesitados.
8
Presta dinero sin cobrar interés, se mantiene lejos de la injusticia, es honesto e imparcial al juzgar a otros
9
y obedece fielmente mis decretos y ordenanzas. Todo el que hace estas cosas es justo y ciertamente vivirá, dice el Señor
Soberano.
10
»Pero supongamos que ese hombre tiene un hijo adulto que es ladrón o asesino y se niega a hacer lo correcto.
11
Ese hijo también comete todas las maldades que su padre jamás haría: rinde culto a ídolos en los montes, comete adulterio,
12
oprime a los pobres e indefensos, roba a los deudores al negarles que recuperen sus garantías, rinde culto a ídolos, comete pecados detestables