9
—Iremos todos —contestó Moisés—: jóvenes y mayores, nuestros hijos y nuestras hijas, y nuestros rebaños y nuestras manadas. Debemos unirnos todos para celebrar un festival al Señor
.
10
El faraón replicó:
—¡Verdaderamente necesitarán que el Señor
esté con ustedes si dejo que se lleven a sus hijos pequeños! Me doy cuenta de que tienen malas intenciones.
11
¡Jamás! Solo los hombres pueden ir a adorar al Señor
, ya que eso es lo que pidieron.
Entonces el faraón los echó del palacio.
12
Así que el Señor
le dijo a Moisés: «Extiende tu mano sobre la tierra de Egipto para que vengan las langostas. Que cubran la tierra y devoren todas las plantas que sobrevivieron la granizada».
13
Moisés extendió su vara sobre Egipto, y el Señor
hizo que un viento del oriente soplara sobre el territorio todo ese día y también durante toda la noche. A la mañana siguiente, el viento del oriente había traído las langostas.
14
Estas invadieron toda la tierra de Egipto en densos enjambres, y se asentaron desde un extremo del territorio hasta el otro. Fue la peor plaga de langostas en la historia de Egipto, y jamás hubo otra igual;
15
pues las langostas cubrieron todo el reino y oscurecieron la tierra. Devoraron todas las plantas del campo y todos los frutos de los árboles que sobrevivieron al granizo. No quedó ni una sola hoja en los árboles ni en las plantas en toda la tierra de Egipto.
16
Entonces el faraón mandó llamar a Moisés y a Aarón de inmediato. «He pecado contra el Señor
su Dios y contra ustedes —les confesó—.
17
Perdonen mi pecado una vez más, y rueguen al Señor
su Dios para que aleje de mí esta muerte».
18
Moisés salió del palacio del faraón y rogó al Señor
.
19
El Señor
le respondió y cambió la dirección del viento, y el viento fuerte del occidente se llevó las langostas y las echó en el mar Rojo.
No quedó ni una sola langosta en toda la tierra de Egipto.
20
Pero el Señor
nuevamente endureció el corazón del faraón, por lo cual no dejó salir al pueblo.
21
Plaga de tinieblas
Luego el Señor
le dijo a Moisés: «Extiende tu mano hacia el cielo, y la tierra de Egipto quedará en una oscuridad tan densa que podrá palparse».
22
Entonces Moisés extendió su mano hacia los cielos, y una densa oscuridad cubrió toda la tierra de Egipto por tres días.
23
Durante todo ese tiempo las personas no pudieron verse unas a otras ni se movieron. Sin embargo, la luz no faltó en ningún momento donde vivían los israelitas.
24
Finalmente el faraón llamó a Moisés y le dijo:
—Vayan a adorar al Señor
, pero dejen aquí sus rebaños y sus manadas. Sin embargo, pueden llevarse a sus hijos pequeños.
25
—¡De ninguna manera! —respondió Moisés—. Tú debes proveernos de animales para los sacrificios y las ofrendas quemadas que presentaremos al Señor
nuestro Dios.
26
Todos nuestros animales deberán ir con nosotros; ni una sola pezuña puede quedar atrás. Tendremos que seleccionar nuestros sacrificios para el Señor
nuestro Dios de entre esos animales, y solo sabremos cómo vamos a adorar al Señor
una vez que estemos allí.
27
Pero el Señor
endureció el corazón del faraón una vez más, y no quiso dejarlos salir.
28
—¡Lárgate de aquí! —le gritó el faraón a Moisés—. Te advierto: ¡jamás regreses a verme! El día que me veas la cara, ¡morirás!
29
—Muy bien —respondió Moisés—. ¡Nunca más volveré a verte!