3
Acuérdate de él antes de que tus piernas —guardianas de tu casa— empiecen a temblar, y tus hombros —los guerreros fuertes— se encorven. Acuérdate de él antes de que tus dientes —esos pocos sirvientes que te quedan— dejen de moler, y tus pupilas —las que miran por las ventanas— ya no vean con claridad.
4
Acuérdate de él antes de que la puerta de las oportunidades de la vida se cierre y disminuya el sonido de la actividad diaria. Ahora te levantas con el primer canto de los pájaros, pero un día todos esos trinos apenas serán perceptibles.
5
Acuérdate de él antes de que tengas miedo de caerte y te preocupes de los peligros de la calle; antes de que el cabello se te ponga blanco como un almendro en flor y arrastres los pies sin energía como un saltamontes moribundo, y la alcaparra ya no estimule el deseo sexual. Acuérdate de él antes de que te falte poco para llegar a la tumba —tu hogar eterno— donde los que lamentan tu muerte llorarán en tu entierro.
6
Sí, acuérdate de tu Creador ahora que eres joven, antes de que se rompa el cordón de plata de la vida y se quiebre la vasija de oro. No esperes hasta que la jarra de agua se haga pedazos contra la fuente y la polea se rompa en el pozo.
7
Pues ese día el polvo volverá a la tierra, y el espíritu regresará a Dios, que fue quien lo dio.
8
Reflexiones finales acerca del Maestro
«Nada tiene sentido —dice el Maestro—, ningún sentido en absoluto».
9
Ten en cuenta lo siguiente: el Maestro fue considerado sabio y le enseñó a la gente todo lo que sabía. Escuchó con atención muchos proverbios, los estudió y los clasificó.
10
El Maestro se esmeró por encontrar las palabras correctas para expresar las verdades con claridad.
11
Las palabras de los sabios son como el aguijón para el ganado: dolorosas pero necesarias. El conjunto de sus dichos es como la vara con clavos que usa el pastor
para guiar a sus ovejas.
12
Pero ahora, hijo mío, déjame darte un consejo más: ten cuidado, porque escribir libros es algo que nunca termina y estudiar mucho te agota.
13
Aquí culmina el relato. Mi conclusión final es la siguiente: teme a Dios y obedece sus mandatos, porque ese es el deber que tenemos todos.