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Joab arregla que Absalón regrese
Joab se dio cuenta de cuánto el rey deseaba ver a Absalón.
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Así que mandó llamar a una mujer de Tecoa que tenía fama de ser muy sabia. Le dijo: «Finge que estás de duelo; ponte ropa de luto y no uses lociones.
Actúa como una mujer que ha estado de duelo por mucho tiempo.
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Entonces ve al rey y dile la historia que te voy a contar». Luego Joab le dijo lo que tenía que decir.
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Cuando la mujer de Tecoa se acercó al rey, se inclinó rostro en tierra con profundo respeto y exclamó:
—¡Oh rey, ayúdeme!
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—¿Qué problema tienes? —preguntó el rey.
—¡Ay de mí que soy viuda! —contestó ella—. Mi esposo está muerto y
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mis dos hijos se pelearon en el campo y, como no había nadie que los separara, uno de ellos resultó muerto.
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Ahora el resto de la familia me exige: “Entréganos a tu hijo y lo ejecutaremos por haber matado a su hermano. No merece heredar la propiedad familiar”. Quieren extinguir la única brasa que me queda, y el nombre y la familia de mi esposo desaparecerán de la faz de la tierra.
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—Yo me encargo de este asunto —le dijo el rey—. Ve a tu casa, yo me aseguraré de que nadie lo toque.
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—¡Oh gracias, mi señor el rey! —le respondió la mujer de Tecoa—. Si lo critican por ayudarme, que la culpa caiga sobre mí y sobre la casa de mi padre, y que el rey y su trono sean inocentes.
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—Si alguien se opone —le dijo el rey—, tráemelo. ¡Te aseguro que nunca más volverá a molestarte!
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Luego ella dijo:
—Por favor, júreme por el Señor
su Dios que no dejará que nadie tome venganza contra mi hijo. No quiero más derramamiento de sangre.
—Tan cierto como que el Señor
vive —le respondió—, ¡no se tocará ni un solo cabello de la cabeza de tu hijo!