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Entonces el sacerdote Hilcías, Ahicam, Acbor, Safán y Asaías se dirigieron al Barrio Nuevo
de Jerusalén para consultar a la profetisa Hulda. Ella era la esposa de Salum, hijo de Ticvah, hijo de Harhas, el encargado del guardarropa del templo.
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Ella les dijo: «¡El Señor
, Dios de Israel, ha hablado! Regresen y díganle al hombre que los envió:
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“Esto dice el Señor
: ‘Traeré desastre sobre esta ciudad
y sobre sus habitantes. Todas las palabras escritas en el rollo que el rey de Judá leyó se cumplirán,
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pues los de mi pueblo me han abandonado y han ofrecido sacrificios a dioses paganos. Estoy muy enojado con ellos por todo lo que han hecho. Mi enojo arderá contra este lugar y no se apagará’”.
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»Vayan a ver al rey de Judá, quien los envió a buscar al Señor
, y díganle: “Esto dice el Señor
, Dios de Israel, acerca del mensaje que acabas de escuchar:
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‘Estabas apenado y te humillaste ante el Señor
al oír lo que yo pronuncié contra esta ciudad y sus habitantes, que esta tierra sería maldita y quedaría desolada. Rasgaste tu ropa en señal de desesperación y lloraste delante de mí, arrepentido. Ciertamente te escuché, dice el Señor
.
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Por eso, no enviaré el desastre que he prometido hasta después de que hayas muerto y seas enterrado en paz. Tú no llegarás a ver la calamidad que traeré sobre esta ciudad’”».
De modo que llevaron su mensaje al rey.