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Muerte de Acab
Entonces Acab, rey de Israel, y Josafat, rey de Judá, dirigieron a sus ejércitos contra Ramot de Galaad.
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El rey de Israel dijo a Josafat: «Cuando entremos en la batalla, yo me disfrazaré para que nadie me reconozca, pero tú ponte tus vestiduras reales». Así que el rey de Israel se disfrazó, y ambos entraron en la batalla.
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Mientras tanto, el rey de Aram había dado las siguientes órdenes a sus treinta y dos comandantes de carros de guerra: «Ataquen solo al rey de Israel. ¡No pierdan tiempo con nadie más!».
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Entonces, cuando los comandantes arameos de los carros vieron a Josafat en sus vestiduras reales, comenzaron a perseguirlo. «¡Allí está el rey de Israel!», gritaban; pero cuando Josafat gritó,
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los comandantes de los carros se dieron cuenta de que no era el rey de Israel y dejaron de perseguirlo.
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Sin embargo, un soldado arameo disparó una flecha al azar hacia las tropas israelitas e hirió al rey de Israel entre las uniones de su armadura. «¡Da la vuelta
y sácame de aquí! —dijo Acab entre quejas y gemidos al conductor de su carro—. ¡Estoy gravemente herido!».
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La encarnizada batalla se prolongó todo ese día, y el rey permaneció erguido en su carro frente a los arameos. La sangre de su herida corría hasta llegar al piso del carro, y al atardecer, murió.
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Justo cuando se ponía el sol, este clamor recorrió las filas israelitas: «¡Estamos perdidos! ¡Sálvese quien pueda!».
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Así que el rey murió, y llevaron su cuerpo a Samaria, donde lo enterraron.
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Después lavaron su carro junto al estanque de Samaria y llegaron los perros y lamieron su sangre en el lugar donde se bañaban las prostitutas,
tal como el Señor
lo había anunciado.
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Los demás acontecimientos del reinado de Acab y todo lo que él hizo —incluso la historia del palacio de marfil y las ciudades que construyó— están registrados en