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Sucedió que había un profeta anciano que vivía en Betel y sus hijos
fueron a contarle lo que el hombre de Dios había hecho en Betel ese día. También le contaron a su padre lo que el hombre le había dicho al rey.
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El profeta anciano les preguntó: «¿Por dónde se fue?». Así que ellos le mostraron a su padre
el camino que el hombre de Dios había tomado.
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«¡Rápido, ensillen el burro!», les dijo el anciano. Enseguida le ensillaron el burro y se montó.
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Entonces salió cabalgando en busca del hombre de Dios y lo encontró sentado debajo de un árbol grande. El profeta anciano le preguntó:
—¿Eres tú el hombre de Dios que vino de Judá?
—Sí, soy yo —le contestó.
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Entonces le dijo al hombre de Dios:
—Acompáñame a mi casa y come algo.
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—No, no puedo —respondió—. No se me permite comer ni beber nada en este lugar,
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porque el Señor
me dio este mandato: “No comas ni bebas nada mientras estés allí y no regreses a Judá por el mismo camino”.
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Sin embargo, el profeta anciano le dijo:
—Yo también soy profeta, como tú. Y un ángel me dio este mandato de parte del Señor
: “Llévalo a tu casa para que coma y beba algo”.
Pero el anciano le estaba mintiendo.
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Así que regresaron juntos, y el hombre de Dios comió y bebió en la casa del profeta.
20
Mientras estaban sentados a la mesa, vino un mandato del Señor
al profeta anciano,
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quien le gritó al hombre de Dios de Judá: «Esto dice el Señor
: “Has desafiado la palabra del Señor
y desobedecido el mandato que el Señor
tu Dios te dio.
22
Regresaste a este lugar para comer y beber donde él te dijo que no comieras ni bebieras. Por eso, tu cuerpo no será enterrado en la tumba de tus antepasados”».
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Cuando el hombre de Dios terminó de comer y beber, el profeta anciano ensilló su propio burro y se lo dio,
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y el hombre de Dios siguió su camino. Mientras viajaba, le salió al paso un león y lo mató. Su cuerpo quedó tirado en el camino, y tanto el burro como el león estaban junto al cadáver.
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Unas personas que pasaban por allí, al ver el cuerpo tirado en el camino y al león parado junto a él, fueron a dar la noticia a Betel, donde vivía el profeta anciano.
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Cuando el profeta oyó la noticia, dijo: «Es el hombre de Dios que desobedeció el mandato del Señor
. El Señor
cumplió su palabra al hacer que el león lo atacara y lo matara».
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Luego el profeta dijo a sus hijos: «Ensíllenme un burro». Así que ellos ensillaron un burro
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y él salió y encontró el cuerpo tirado en el camino. El burro y el león todavía estaban parados junto al cadáver, pues el león no se había comido el cuerpo ni había atacado al burro.
29
Entonces el profeta cargó el cuerpo del hombre de Dios sobre el burro y lo llevó de regreso a la ciudad para hacer duelo por su muerte y enterrarlo.
30
Puso el cuerpo en su propia tumba y clamó con profundo dolor: «¡Ay, hermano mío!».
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Después el profeta dijo a sus hijos: «Cuando yo muera, entiérrenme en la tumba donde está enterrado el hombre de Dios. Pongan mis huesos al lado de los suyos.
32
Pues el mensaje que el Señor
le dijo que proclamara contra el altar de Betel y contra los santuarios paganos en las ciudades de Samaria, ciertamente se cumplirá».
33
A pesar de esto, Jeroboam no abandonó sus caminos perversos. Continuó seleccionando sacerdotes de entre la gente común y nombraba a cualquiera que quisiera ser sacerdote de los santuarios paganos.
34
Esto fue un gran pecado y, como consecuencia, la dinastía de Jeroboam fue totalmente eliminada de la faz de la tierra.