8
¡Quién me diese que viniese mi petición, y que Dios me diese lo que espero;
9
y que quisiera Dios quebrantarme; y que soltase su mano, y me despedazase!
10
Y en esto crecería aún consolación, si me asase con dolor sin haber misericordia; no que haya contradicho las palabras santas.
11
¿Cuál es mi fortaleza para esperar aún? ¿Y cuál mi fin para dilatar mi vida?
12
¿Es mi fortaleza la de las piedras? O mi carne, ¿es de acero?
13
¿No me ayudo cuanto puedo, y con todo eso el poder me falta del todo?
14
El atribulado es consolado de su compañero; pero se ha abandonado el temor del Omnipotente.
15
Mis hermanos me han mentido como arroyo; se pasaron como las riberas impetuosas,
16
que están escondidas por la helada, y encubiertas con nieve.
17
Que al tiempo del calor son deshechas, y en calentándose, desaparecen de su lugar;
18
apártanse de las sendas de su camino, suben en vano y se pierden.
19
Las miraron los caminantes de Temán, los caminantes de Saba esperaron en ellas;
20
pero fueron avergonzados por su esperanza; porque vinieron hasta ellas, y se hallaron confusos.
21
Ahora ciertamente vosotros sois como ellas; que habéis visto el tormento, y teméis.
22
¿Os he dicho yo : Traedme, y pagad por mí de vuestra hacienda;
23
y libradme de la mano del angustiador, y redimidme del poder de los violentos?
24
Enseñadme, y yo callaré; y hacedme entender en qué he errado.
25
¡Cuán fuertes son las palabras de rectitud! Mas ¿qué reprende el argumento de vosotros?
26
¿No estáis pensando las palabras para reprender, y echáis al viento palabras perdidas?
27
También os arrojáis sobre el huérfano, y hacéis hoyo delante de vuestro amigo.
28
Ahora pues, si queréis, mirad en mí, y ved si mentiré delante de vosotros.