2
Porque ¿para qué yo habría menester la fuerza de sus manos, en los cuales pereció el tiempo?
3
Por causa de la pobreza y del hambre andaban solos; huían a la soledad, al lugar tenebroso, asolado y desierto.
4
Que cogían malvas entre los arbustos, y raíces de enebro para calentarse.
5
Eran echados de entre los hombres , y todos les daban gritos como al ladrón.
6
Habitaban en las barrancas de los arroyos, en las cavernas de la tierra, y en las piedras.
7
Bramaban entre las matas, y se congregaban debajo de las espinas.
8
Hijos de viles, y hombres sin nombre, más bajos que la misma tierra.
9
Y ahora yo soy su canción, y soy hecho a ellos refrán.
10
Me abominan, se alejan de mí, y aun de mi rostro no detuvieron su saliva.
11
Porque Dios desató mi cuerda, y me afligió, por eso se desenfrenaron delante de mi rostro.
12
A la mano derecha se levantaron los jóvenes; empujaron mis pies, y pisaron sobre mí las sendas de su contrición.
13
Mi senda derribaron, se aprovecharon de mi quebrantamiento, contra los cuales no hubo ayudador.
14
Vinieron como por portillo ancho, se revolvieron por mi calamidad.
15
Se han revuelto turbaciones sobre mí; combatieron como viento mi voluntad, y mi salud como nube que pasa.
16
Y ahora mi alma está derramada en mí; días de aflicción se apoderan de mí.
17
De noche taladra sobre mí mis huesos, y mis pulsos no reposan.
18
Con la grandeza de la fuerza del dolor mi vestidura es mudada; me ciñe como el cuello de mi ropa.
19
Me derribó en el lodo, y soy semejante al polvo, y a la ceniza.
20
Clamo a ti, y no me oyes; me presento, y no me atiendes.
21
Te has vuelto cruel para mí; con la fortaleza de tu mano me eres adversario.
22
Me levantaste, y me hiciste cabalgar sobre el viento, y derretiste en mí el ser.