1
¡Oh, si mi cabeza se tornase aguas, y mis ojos fuentes de aguas, para que llore día y noche los muertos de la hija de mi pueblo!
2
¡Oh, quién me diese en el desierto un mesón de caminantes, para que dejase mi pueblo, y de ellos me apartase! Porque todos ellos son adúlteros, congregación de rebeldes.
3
E hicieron que su lengua, como su arco, tirase mentira; y no se fortalecieron por verdad en la tierra; porque de mal en mal procedieron, y me han desconocido, dijo el SEÑOR.
4
Guárdese cada uno de su compañero, ni en ningún hermano tenga confianza; porque todo hermano engaña con falacia, y todo compañero anda con falsedad.
5
Y cada uno engaña a su compañero, y no hablan verdad; enseñaron su lengua a hablar mentira, se ocupan de hacer perversamente.
6
Tu morada es en medio de engaño; de muy engañadores no quisieron conocerme, dice el SEÑOR.
7
Por tanto, así dijo el SEÑOR de los ejércitos: He aquí que yo los fundiré, y los ensayaré; porque ¿cómo he de hacer por la hija de mi pueblo?
8
Saeta afilada es la lengua de ellos; engaño habla; con su boca habla paz con su amigo, y dentro de sí pone sus asechanzas.