3
Y esto haremos, a la verdad, si Dios lo permitiere.
4
Porque es imposible que los que una vez recibieron la luz, y que gustaron aquel don celestial, y que fueron hechos partícipes del Espíritu Santo;
5
y que así mismo gustaron la buena palabra de Dios, y las virtudes del siglo venidero,
6
y recayeron, sean renovados de nuevo por arrepentimiento colgando en el madero otra vez para sí mismos al Hijo de Dios, y exponiéndolo a vituperio.
7
Porque la tierra que embebe el agua que muchas veces vino sobre ella, y que engendra hierba a su tiempo a aquellos de los cuales es labrada, recibe bendición de Dios.
8
Mas la que produce espinas y abrojos, es reprobada, y cercana de maldición, y su fin será por fuego.
9
Pero de vosotros, oh amados, esperamos mejores cosas que éstas y más cercanas a la salud, aunque hablamos así.
10
Porque Dios no es injusto que se olvide de vuestra obra y el trabajo de la caridad que habéis mostrado en su nombre, habiendo ayudado a los santos y ayudándoles.
11
Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin para cumplimiento de su esperanza,
12
que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.
13
Porque prometiendo Dios a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo,
14
diciendo: Que te bendeciré bendiciendo, y multiplicando, te multiplicaré.
15
Y así, esperando con largura de ánimo, alcanzó la promesa.
16
Porque los hombres ciertamente por el mayor que ellos juran; y el fin de todas sus controversias es el juramento para confirmación.
17
En lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento,
18
para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo, los que nos acogemos a unirnos a la esperanza propuesta;
19
la cual tenemos como por segura y firme ancla del alma, y que entra hasta en lo que está dentro del velo,
20
donde entró por nosotros nuestro precursor Jesús, hecho Sumo Sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.