36
Envíalos para que vayan á los cortijos y aldeas de alrededor, y compren para sí pan; porque no tienen qué comer.
37
Y respondiendo él, les dijo: Dadles de comer vosotros. Y le dijeron: ¿Que vayamos y compremos pan por doscientos denarios, y les demos de comer?
38
Y él les dice: ¿Cuántos panes tenéis? Id, y vedlo. Y sabiéndolo, dijeron: Cinco, y dos peces.
39
Y les mandó que hiciesen recostar á todos por partidas sobre la hierba verde.
40
Y se recostaron por partidas, de ciento en ciento, y de cincuenta en cincuenta.
41
Y tomados los cinco panes y los dos peces, mirando al cielo, bendijo, y partió los panes, y dió á sus discípulos para que los pusiesen delante: y repartió á todos los dos peces.
42
Y comieron todos, y se hartaron.
43
Y alzaron de los pedazos doce cofines llenos, y de los peces.
44
Y los que comieron eran cinco mil hombres.
45
Y luego dió priesa á sus discípulos á subir en el barco, é ir delante de él á Bethsaida de la otra parte, entre tanto que él despedía la multitud.
46
Y después que los hubo despedido, se fué al monte á orar.
47
Y como fué la tarde, el barco estaba en medio de la mar, y él solo en tierra.
48
Y los vió fatigados bogando, porque el viento les era contrario: y cerca de la cuarta vigilia de la noche, vino á ellos andando sobre la mar, y quería precederlos.
49
Y viéndole ellos, que andaba sobre la mar, pensaron que era fantasma, y dieron voces;
50
Porque todos le veían, y se turbaron. Mas luego habló con ellos, y les dijo: Alentaos; yo soy, no temáis.
51
Y subió á ellos en el barco, y calmó el viento: y ellos en gran manera estaban fuera de sí, y se maravillaban:
52
Porque aun no habían considerado lo de los panes, por cuanto estaban ofuscados sus corazones.
53
Y cuando estuvieron de la otra parte, vinieron á tierra de Genezaret, y tomaron puerto.
54
Y saliendo ellos del barco, luego le conocieron.
55
Y recorriendo toda la tierra de alrededor, comenzaron á traer de todas partes enfermos en lechos, á donde oían que estaba.
56
Y donde quiera que entraba, en aldeas, ó ciudades, ó heredades, ponían en las calles á los que estaban enfermos, y le rogaban que tocasen siquiera el borde de su vestido; y todos los que le tocaban quedaban sanos.