2
para que guardes consejo, y tus labios conserven la ciencia
3
Porque los labios de la mujer extraña destilan miel, y su paladar es más blando que el aceite
4
mas su fin es amargo como el ajenjo, agudo como espada de dos filos
5
Sus pies descienden a la muerte; sus pasos sustentan el Seol
6
si no pesares el camino de vida, sus caminos son inestables; no los conocerás
7
Ahora pues, hijos, oídme, y no os apartéis de las razones de mi boca
8
Aleja de ella tu camino, y no te acerques a la puerta de su casa
9
para que no des a los extraños tu honor, y tus años al cruel
10
para que no se harten los extraños de tu fuerza, y tus trabajos estén en casa del extraño
11
y gimas en tus postrimerías, cuando se consumiere tu carne y tu cuerpo
12
y digas: ¡Cómo aborrecí el castigo, y mi corazón menospreció la reprensión
13
y no oí la voz de los que me castigaban; y a los que me enseñaban no incliné mi oído
14
Casi en todo mal he estado, en medio de la sociedad y de la congregación
15
Bebe el agua de tu propia cisterna, y las corrientes de tu propio pozo
16
Rebosan por fuera tus fuentes, en las plazas los ríos de tus aguas
17
Sean para ti solo, y no para los extraños contigo
18
Será bendito tu manantial; y alégrate de la mujer de tu juventud
19
Como cierva de amores y graciosa gacela, sus pechos te satisfagan en todo tiempo; y en su amor andarás ciego de continuo, sin fijar tus ojos en nadie más
20
¿Y por qué, hijo mío, andarás ciego con la ajena, y abrazarás el seno de la extraña
21
Pues que los caminos del hombre están ante los ojos del SEÑOR, ¡y él pesa todas sus veredas
22
Sus propias iniquidades prenderán al impío, y con las cuerdas de su pecado será detenido