2
Alábete el extraño, y no tu boca; el ajeno, y no tus labios.
3
Pesada es la piedra, y la arena pesa; mas la ira del loco es más pesada que ambas cosas.
4
Cruel es la ira, e impetuoso el furor; mas ¿quién parará delante de la envidia?
5
Mejor es la reprensión manifiesta que el amor oculto.
6
Fieles son las heridas del que ama; pero importunos los besos del que aborrece.
7
El alma saciada desprecia el panal de miel; mas al alma hambrienta todo lo amargo es dulce.
8
Como el ave se va de su nido, así es el hombre que se va de su lugar.
9
El ungüento y el incienso alegran el corazón; así la dulzura del amigo con el consejo del alma.
10
No dejes a tu amigo, ni al amigo de tu padre; ni entres en casa de tu hermano el día de tu aflicción. Mejor es el vecino cerca que el hermano lejano.
11
Sé sabio, hijo mío, y alegra mi corazón, y tendré qué responder al que me deshonrare.
12
El avisado ve el mal, y se esconde, mas los simples pasan, y llevan el daño.
13
Quítale su ropa al que fio al extraño; y al que fio a la extraña, tómale prenda.
14
El que bendice a su amigo en alta voz, madrugando de mañana, por maldición se le contará.
15
Gotera continua en tiempo de lluvia, y la mujer rencillosa, son semejantes;
16
el que la escondió, escondió el viento; porque el aceite en su mano derecha clama.
17
Hierro con hierro se aguza; y el hombre le da ánimo a su amigo.
18
El que guarda la higuera, comerá su fruto; y el que guarda a su señor, será honrado.
19
Como en agua el rostro corresponde al rostro, así el corazón del hombre al hombre.
20
El sepulcro y la perdición nunca se sacian; así los ojos del hombre nunca están satisfechos.
21
El crisol prueba la plata, y la hornaza el oro; y al hombre la boca del que lo alaba.
22
Aunque majes al loco en un mortero entre granos de trigo a pisón majados, no se quitará de él su locura.