20
Y he aquí una mujer enferma de flujo de sangre hacía doce años, llegándose por detrás, tocó la franja de su vestido,
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porque decía entre sí: Si tocare solamente su vestido, seré libre.
22
Mas Jesús volviéndose, y mirándola, dijo: Confía, hija, tu fe te ha librado. Y la mujer fue libre desde aquella hora.
23
Y llegado Jesús a casa del principal, viendo los tañedores de flautas, y la multitud que hacía bullicio,
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les dijo: Apartaos, que la muchacha no está muerta, mas duerme. Y se burlaban de él.
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Pero cuando la multitud fue echada fuera, entró, y la tomó de su mano, y se levantó la muchacha.
26
Y se difundió esta fama por toda aquella tierra.
27
Y pasando Jesús de allí, le siguieron dos ciegos, dando voces y diciendo: Ten misericordia de nosotros, Hijo de David.
28
Y llegado a la casa, vinieron a él los ciegos; y Jesús les dice: ¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dicen: Sí, Señor.
29
Entonces tocó los ojos de ellos, diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho.
30
Y los ojos de ellos fueron abiertos. Y Jesús les encargó rigurosamente , diciendo: Mirad que nadie lo sepa.
31
Mas ellos salidos, divulgaron su fama por toda aquella tierra.
32
Y saliendo ellos, he aquí, le trajeron un hombre mudo, endemoniado.
33
Y echado fuera el demonio, el mudo habló; y la multitud se maravilló, diciendo: Nunca ha sido vista cosa semejante en Israel.
34
Mas los fariseos decían: Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios.
35
Y recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el Evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y todo flaqueza en el pueblo.
36
Y viendo la multitud, tuvo misericordia de ella; porque estaba derramada y esparcida como ovejas que no tienen pastor.
37
Entonces dice a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos.
38
Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.