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Cuando Jesús acabó de decir estas cosas, salió de Galilea y se fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán.
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Lo siguieron grandes multitudes, y sanó allí a los enfermos.
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Algunos fariseos se le acercaron y, para ponerlo a prueba, le preguntaron:—¿Está permitido que un hombre se divorcie de su esposa por cualquier motivo?
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—¿No han leído —replicó Jesús— que en el principio el Creador “los hizo hombre y mujer”,
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y dijo: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo”?
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Así que ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
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Le replicaron:—¿Por qué, entonces, mandó Moisés que un hombre le diera a su esposa un certificado de divorcio y la despidiera?
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—Moisés les permitió a ustedes divorciarse de sus esposas por lo obstinados que son —respondió Jesús—. Pero no fue así desde el principio.
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Les digo que, excepto en caso de inmoralidad sexual, el que se divorcia de su esposa, y se casa con otra, comete adulterio.
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—Si tal es la situación entre esposo y esposa —comentaron los discípulos—, es mejor no casarse.
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—No todos pueden comprender este asunto —respondió Jesús—, sino solo aquellos a quienes se les ha concedido entenderlo.
12
Pues algunos son eunucos porque nacieron así; a otros los hicieron así los hombres; y otros se han hecho así por causa del reino de los cielos. El que pueda aceptar esto, que lo acepte.