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El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.
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El reino de los cielos también es semejante a un mercader que busca perlas finas,
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y al encontrar una perla de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró.
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El reino de los cielos también es semejante a una red barredera que se echó en el mar, y recogió peces de toda clase;
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y cuando se llenó, la sacaron a la playa; y se sentaron y recogieron los peces buenos en canastas, pero echaron fuera los malos.
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Así será en el fin del mundo; los ángeles saldrán, y sacarán a los malos de entre los justos,
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y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes.
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¿Habéis entendido todas estas cosas? Ellos le dijeron<***>: Sí.
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Y El les dijo: Por eso todo escriba que se ha convertido en un discípulo del reino de los cielos es semejante al dueño de casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas.
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Y sucedió que cuando Jesús terminó estas parábolas, se fue de allí.
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Y llegando a su pueblo, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que se maravillaban y decían: ¿Dónde obtuvo éste esta sabiduría y estos poderes milagrosos?
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¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Jacobo , José, Simón y Judas?
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¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿Dónde, pues, obtuvo éste todas estas cosas?
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Y se escandalizaban a causa de El. Pero Jesús les dijo: No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su casa.
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Y no hizo muchos milagros allí a causa de la incredulidad de ellos.