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Y Jesús les dijo: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa.
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Y no pudo hacer allí ningún milagro; sólo sanó a unos pocos enfermos sobre los cuales puso sus manos.
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Y estaba maravillado de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor enseñando.
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Entonces llamó<***> a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos;
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y les ordenó que no llevaran nada para el camino, sino sólo un bordón; ni pan, ni alforja, ni dinero en el cinto;
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sino calzados con sandalias. No llevéis dos túnicas
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les dijoy dondequiera que entréis en una casa, quedaos allí hasta que salgáis de la población.
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Y en cualquier lugar que no os reciban ni os escuchen, al salir de allí, sacudid el polvo de la planta de vuestros pies en testimonio contra ellos.
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Y saliendo, predicaban que todos se arrepintieran.
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Y echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban.
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El rey Herodes se enteró de esto, pues el nombre de Jesús se había hecho célebre, y la gente decía: Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos, por eso es que estos poderes milagrosos actúan en él.
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Pero otros decían: Es Elías. Y decían otros: Es un profeta, como uno de los profetas antiguos.
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Y al oír esto Herodes, decía: Juan, a quien yo decapité, ha resucitado.
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Porque Herodes mismo había enviado a prender a Juan y lo había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, mujer de su hermano Felipe, pues Herodes se había casado con ella.
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Porque Juan le decía a Herodes: No te es lícito tener la mujer de tu hermano.
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Y Herodías le tenía rencor y deseaba matarlo, pero no podía,
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porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo mantenía protegido. Y cuando le oía se quedaba muy perplejo, pero le gustaba escucharlo.
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Pero llegó un día oportuno, cuando Herodes, siendo su cumpleaños, ofreció un banquete a sus nobles y comandantes y a los principales de Galilea;
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y cuando la hija misma de Herodías entró y danzó, agradó a Herodes y a los que se sentaban a la mesa con él; y el rey dijo a la muchacha: Pídeme lo que quieras y te lo daré.
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Y le juró: Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino.
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Ella salió y dijo a su madre: ¿Qué pediré? Y ella le respondió: La cabeza de Juan el Bautista.