35
Cuando ya fuese el día muy entrado, sus discípulos llegaron a él, diciendo: El lugar es desierto, y el día ya muy entrado;
36
envíalos para que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor, y compren para sí pan; porque no tienen qué comer.
37
Respondiendo él, les dijo: Dadles de comer vosotros. Y le dijeron: ¿Qué vayamos y compremos pan por doscientos denarios, y les demos de comer?
38
El les dice: ¿Cuántos panes tenéis? Id, y vedlo. Y sabiéndolo, dijeron: Cinco, y dos peces.
39
Y les mandó que hiciesen recostar a todos por partidas sobre la hierba verde.
40
Y se recostaron por partidas, de ciento en ciento, y de cincuenta en cincuenta.
41
Y tomados los cinco panes y los dos peces, mirando al cielo, bendijo, y partió los panes, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante; y repartió a todos los dos peces.
42
Y comieron todos, y se saciaron.
43
Y alzaron de los pedazos doce cestas llenas, y de los peces.
44
Y los que comieron eran cinco mil hombres.
45
Y luego apuró a sus discípulos a subir en el barco, e ir delante de él a Betsaida en la otra ribera, entre tanto que él despedía la multitud.
46
Y después que los hubo despedido, se fue al monte a orar.
47
Cuando llegó la noche, el barco estaba en medio del mar, y él solo en tierra.
48
Y los vio fatigados remando, porque el viento les era contrario; y cerca de la cuarta vigilia de la noche, vino a ellos andando sobre el mar, y quería precederlos.
49
Y viéndole ellos, que andaba sobre el mar, pensaron que era fantasma, y dieron voces;
50
porque todos le veían, y se turbaron. Mas luego habló con ellos, y les dijo: Alentaos; YO SOY, no temáis.
51
Y subió a ellos en el barco, y el viento reposó; y ellos en gran manera estaban fuera de sí, y se maravillaban;
52
porque aún no habían cobrado entendimiento en los panes, porque sus corazones estaban ciegos.
53
Y cuando llegaron al otro lado, vinieron a tierra de Genezaret, y tomaron puerto.
54
Y saliendo ellos del barco, luego le conocieron.
55
Y recorriendo toda la tierra de alrededor, comenzaron a traer de todas partes enfermos en lechos, a donde oían que estaba.
56
Y dondequiera que entraba, en aldeas, o ciudades, o heredades, ponían en las calles a los que estaban enfermos, y le rogaban que les dejase tocar siquiera el borde de su vestido; y todos los que le tocaban eran salvos.