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que tenía domicilio en los sepulcros, y ni aun con cadenas le podía alguien atar;
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porque muchas veces había sido atado con grillos y cadenas; mas las cadenas habían sido hechas pedazos por él, y los grillos desmenuzados; y nadie le podía domar.
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Siempre, de día y de noche, andaba dando voces en los montes y en los sepulcros, e hiriéndose con las piedras.
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Y cuando vio a Jesús de lejos, corrió, y le adoró.
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Clamando a gran voz, dijo: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes.
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Porque le decía: Sal de este hombre, espíritu inmundo.
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Y le preguntó: ¿Cómo te llamas? Y respondió diciendo: Legión me llamo; porque somos muchos.
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Le rogaba mucho que no le enviase fuera de aquella provincia.
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Y estaba allí cerca de los montes una grande manada de puercos paciendo;
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y le rogaron todos aquellos demonios, diciendo: Envíanos a los puercos para que entremos en ellos.
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Y luego Jesús se lo permitió. Y saliendo aquellos espíritus inmundos, entraron en los puercos, y la manada cayó por un despeñadero en el mar; los cuales eran como dos mil; y en el mar se ahogaron.
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Los que apacentaban los puercos huyeron, y dieron aviso en la ciudad y en los campos. Y salieron para ver qué era aquello que había acontecido.
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Y vienen a Jesús, y ven al que había sido atormentado del demonio, y que había tenido la legión, sentado y vestido, y en su juicio cabal; y tuvieron miedo.
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Y les contaron los que lo habían visto, cómo había acontecido al que había tenido el demonio, y lo de los puercos.
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Y comenzaron a rogarle que se fuese de los términos de ellos.
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Y entrando él en el barco, le rogaba el que había sido fatigado del demonio, para estar con él.
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Pero Jesús no le permitió, sino le dijo: Vete a tu casa a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti.
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Y se fue, y comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas Jesús había hecho con él; y todos se maravillaban.
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Pasando otra vez Jesús en un barco a la otra orilla, se juntó a él gran multitud; y estaba junto al mar.
22
Y vino uno de los príncipes de la sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio, se postró a sus pies,
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y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está a la muerte; ven y pondrás las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá.
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Y fue con él, y le seguía gran multitud, y le apretaban.
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Y una mujer que estaba con flujo de sangre doce años hacía,
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y había sufrido mucho de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor,
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cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su vestido.
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Porque decía: Si tocare tan solamente su vestido, seré salva.
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Luego la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que era sana de aquel azote.
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Y luego Jesús, conociendo en sí mismo la virtud que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos?
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Le dijeron sus discípulos: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?
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Y él miraba alrededor para ver a la que había hecho esto.
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Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en sí había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad.