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Pero la sabiduría es justificada por todos sus hijos.
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Uno de los fariseos le pedía que comiera con él; y entrando en la casa del fariseo, se sentó a la mesa.
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Y he aquí, había en la ciudad una mujer que era pecadora, y cuando se enteró de que Jesús estaba sentado a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume;
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y poniéndose detrás de El a sus pies, llorando, comenzó a regar sus pies con lágrimas y los secaba con los cabellos de su cabeza, besaba sus pies y los ungía con el perfume.
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Pero al ver esto el fariseo que le había invitado, dijo para sí: Si éste fuera un profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, que es una pecadora.
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Y respondiendo Jesús, le dijo: Simón, tengo algo que decirte: Y él dijo<***>: Di, Maestro.
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Cierto prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta;
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y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó generosamente a los dos. ¿Cuál de ellos, entonces, le amará más?
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Simón respondió, y dijo: Supongo que aquel a quien le perdonó más. Y Jesús le dijo: Has juzgado correctamente.
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Y volviéndose hacia la mujer, le dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Yo entré a tu casa y no me diste agua para los pies, pero ella ha regado mis pies con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos.
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No me diste beso, pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies.