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Desde el mediodía y hasta la media tarde toda la tierra quedó sumida en la oscuridad,
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pues el sol se ocultó. Y la cortina del santuario del templo se rasgó en dos.
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Entonces Jesús exclamó con fuerza:—¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!Y al decir esto, expiró.
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El centurión, al ver lo que había sucedido, alabó a Dios y dijo:—Verdaderamente este hombre era justo.
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Entonces los que se habían reunido para presenciar aquel espectáculo, al ver lo ocurrido, se fueron de allí golpeándose el pecho.
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Pero todos los conocidos de Jesús, incluso las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, se quedaron mirando desde lejos.