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Y el pueblo estaba allí mirando; y aun los gobernantes se mofaban de El, diciendo: A otros salvó; que se salve a sí mismo si este es el Cristo de Dios, su Escogido.
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Los soldados también se burlaban de El, acercándose y ofreciéndole vinagre
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y diciendo: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
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Había también una inscripción sobre El, que decía: ESTE ES EL REY DE LOS JUDIOS
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Y uno de los malhechores que estaban colgados allí le lanzaba insultos, diciendo: ¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!
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Pero el otro le contestó, y reprendiéndole, dijo: ¿Ni siquiera temes tú a Dios a pesar de que estás bajo la misma condena?
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Y nosotros a la verdad, justamente, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos; pero éste nada malo ha hecho.
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Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
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Entonces El le dijo: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso.
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Era ya como la hora sexta , cuando descendieron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena
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al eclipsarse el sol. El velo del templo se rasgó en dos.