20
Pilato, queriendo soltar a Jesús, les volvió a hablar,
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pero ellos continuaban gritando, diciendo: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale
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Y él les dijo por tercera vez: ¿Por qué? ¿Qué mal ha hecho éste? No he hallado en El ningún delito digno de muerte; por tanto, le castigaré y le soltaré.
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Pero ellos insistían, pidiendo a grandes voces que fuera crucificado. Y sus voces comenzaron a predominar.
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Entonces Pilato decidió que se les concediera su demanda.
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Y soltó al que ellos pedían, al que había sido echado en la cárcel por sedición y homicidio, pero a Jesús lo entregó a la voluntad de ellos.
26
Cuando le llevaban, tomaron a un cierto Simón de Cirene que venía del campo y le pusieron la cruz encima para que la llevara detrás de Jesús.
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Y le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres que lloraban y se lamentaban por El.
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Pero Jesús, volviéndose a ellas, dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos.
29
Porque he aquí, vienen días en que dirán: "Dichosas las estériles, y los vientres que nunca concibieron, y los senos que nunca criaron."
30
Entonces comenzarán A DECIR A LOS MONTES: "CAED SOBRE NOSOTROS"; Y A LOS COLLADOS: "CUBRIDNOS."
31
Porque si en el árbol verde hacen esto, ¿qué sucederá en el seco?
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Y llevaban también a otros dos, que eran malhechores, para ser muertos con El.
33
Cuando llegaron al lugar llamado "La Calavera ", crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
34
Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y echaron suertes, repartiéndose entre sí sus vestidos.
35
Y el pueblo estaba allí mirando; y aun los gobernantes se mofaban de El, diciendo: A otros salvó; que se salve a sí mismo si este es el Cristo de Dios, su Escogido.
36
Los soldados también se burlaban de El, acercándose y ofreciéndole vinagre
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y diciendo: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
38
Había también una inscripción sobre El, que decía: ESTE ES EL REY DE LOS JUDIOS
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Y uno de los malhechores que estaban colgados allí le lanzaba insultos, diciendo: ¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!
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Pero el otro le contestó, y reprendiéndole, dijo: ¿Ni siquiera temes tú a Dios a pesar de que estás bajo la misma condena?
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Y nosotros a la verdad, justamente, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos; pero éste nada malo ha hecho.
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Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
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Entonces El le dijo: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso.
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Era ya como la hora sexta , cuando descendieron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena
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al eclipsarse el sol. El velo del templo se rasgó en dos.
46
Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPIRITU. Y habiendo dicho esto, expiró.
47
Cuando el centurión vio lo que había sucedido, glorificaba a Dios, diciendo: Ciertamente, este hombre era inocente.
48
Y cuando todas las multitudes que se habían reunido para presenciar este espectáculo, al observar lo que había acontecido, se volvieron golpeándose el pecho.
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Pero todos sus conocidos y las mujeres que le habían acompañado desde Galilea, estaban a cierta distancia viendo estas cosas.
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Y había un hombre llamado José, miembro del concilio, varón bueno y justo
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(el cual no había asentido al plan y al proceder de los demás) que era de Arimatea, ciudad de los judíos, y que esperaba el reino de Dios.
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Este fue a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús,
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y bajándole, le envolvió en un lienzo de lino, y le puso en un sepulcro excavado en la roca donde nadie había sido puesto todavía.
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Era el día de la preparación, y estaba para comenzar el día de reposo.
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Y las mujeres que habían venido con El desde Galilea siguieron detrás, y vieron el sepulcro y cómo fue colocado el cuerpo.
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Y cuando regresaron, prepararon especias aromáticas y perfumes. Y en el día de reposo descansaron según el mandamiento.