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«Gloria a Dios en el cielo más alto
y paz en la tierra para aquellos en quienes Dios se complace».
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Cuando los ángeles regresaron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «¡Vayamos a Belén! Veamos esto que ha sucedido y que el Señor nos anunció».
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Fueron de prisa a la aldea y encontraron a María y a José. Y allí estaba el niño, acostado en el pesebre.
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Después de verlo, los pastores contaron a todos lo que había sucedido y lo que el ángel les había dicho acerca del niño.
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Todos los que escucharon el relato de los pastores quedaron asombrados,
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pero María guardaba todas estas cosas en el corazón y pensaba en ellas con frecuencia.
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Los pastores regresaron a sus rebaños, glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído. Todo sucedió tal como el ángel les había dicho.
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Presentación de Jesús en el templo
Ocho días después, cuando el bebé fue circuncidado, le pusieron por nombre Jesús, el nombre que había dado el ángel aun antes de que el niño fuera concebido.
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Luego llegó el tiempo para la ofrenda de purificación, como exigía la ley de Moisés después del nacimiento de un niño; así que sus padres lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor.
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La ley del Señor dice: «Si el primer hijo de una mujer es varón, habrá que dedicarlo al Señor
»
.
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Así que ellos ofrecieron el sacrificio requerido en la ley del Señor, que consistía en «un par de tórtolas o dos pichones de paloma»
.
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Profecía de Simeón
En ese tiempo, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era justo y devoto, y esperaba con anhelo que llegara el Mesías y rescatara a Israel. El Espíritu Santo estaba sobre él
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y le había revelado que no moriría sin antes ver al Mesías del Señor.
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Ese día, el Espíritu lo guió al templo. De manera que, cuando María y José llegaron para presentar al bebé Jesús ante el Señor como exigía la ley,
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Simeón estaba allí. Tomó al niño en sus brazos y alabó a Dios diciendo:
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«Señor Soberano, permite ahora que tu siervo muera en paz,
como prometiste.
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He visto tu salvación,
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la que preparaste para toda la gente.
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Él es una luz para revelar a Dios a las naciones,
¡y es la gloria de tu pueblo Israel!».
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Los padres de Jesús estaban asombrados de lo que se decía de él.
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Entonces Simeón les dio su bendición y le dijo a María, la madre del bebé: «Este niño está destinado a provocar la caída de muchos en Israel, pero también será la alegría de muchos otros. Fue enviado como una señal de Dios, pero muchos se le opondrán.
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Como resultado, saldrán a la luz los pensamientos más profundos de muchos corazones, y una espada atravesará tu propia alma».
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Profecía de Ana
En el templo también estaba Ana, una profetisa muy anciana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Su esposo había muerto cuando solo llevaban siete años de casados.
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Después ella vivió como viuda hasta la edad de ochenta y cuatro años.
Nunca salía del templo, sino que permanecía allí de día y de noche adorando a Dios en ayuno y oración.
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Llegó justo en el momento que Simeón hablaba con María y José, y comenzó a alabar a Dios. Habló del niño a todos los que esperaban que Dios rescatara a Jerusalén.
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Una vez que los padres de Jesús cumplieron con todas las exigencias de la ley del Señor, regresaron a su casa en Nazaret de Galilea.
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Allí el niño crecía sano y fuerte. Estaba lleno de sabiduría, y el favor de Dios estaba sobre él.
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Jesús habla con los maestros
Cada año, los padres de Jesús iban a Jerusalén para el festival de la Pascua.
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Cuando Jesús tenía doce años, asistieron al festival como siempre.
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Una vez terminada la celebración, emprendieron el regreso a Nazaret, pero Jesús se quedó en Jerusalén. Al principio, sus padres no se dieron cuenta,
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porque creyeron que estaba entre los otros viajeros; pero cuando se hizo de noche y no aparecía, comenzaron a buscarlo entre sus parientes y amigos.