20
Y el otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir.
21
Y vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de la familia, dijo a su siervo: Ve presto por las plazas y por las calles de la ciudad, y mete acá los pobres, los mancos, y cojos, y ciegos.
22
Y dijo el siervo: Señor, hecho es como mandaste, y aún hay lugar.
23
Y dijo el señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa.
24
Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron llamados, gustará mi Cena.
25
Y muchas personas iban con él; y volviéndose les dijo:
26
Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su vida, no puede ser mi discípulo.
27
Y cualquiera que no carga su madero, y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.
28
Porque ¿cuál de vosotros, queriendo edificar una torre, no cuenta primero sentado los gastos, para ver si tiene lo que necesita para acabarla?
29
Para que después que haya puesto el fundamento, y no pueda acabarla, todos los que lo vieren, no comiencen a hacer burla de él,
30
diciendo: Este hombre comenzó a edificar y no pudo acabar.
31
¿O cuál rey, teniendo que ir a hacer guerra contra otro rey, sentándose primero no consulta si puede salir al encuentro con diez mil al que viene contra él con veinte mil?
32
De otra manera, cuando aún el otro está lejos, le ruega por la paz, enviándole embajada.
33
Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todas las cosas que posee, no puede ser mi discípulo.
34
Buena es la sal; mas si la sal fuere desvanecida, ¿con qué se adobará?
35
Ni para la tierra, ni para el muladar es buena; fuera la arrojan. Quien tiene oídos para oír, oiga.