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Así ha obrado el Señor conmigo en los días en que se dignó mirarme para quitar mi afrenta entre los hombres.
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Y al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret,
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a una virgen desposada con un hombre que se llamaba José, de los descendientes de David; y el nombre de la virgen era María.
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Y entrando el ángel, le dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor está contigo; bendita eres tú entre las mujeres.
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Pero ella se turbó mucho por estas palabras, y se preguntaba qué clase de saludo sería éste.
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Y el ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios.
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Y he aquí, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.
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Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de su padre David;
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y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
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Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que soy virgen?
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Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso lo santo que nacerá será llamado Hijo de Dios.
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Y he aquí, tu parienta Elisabet en su vejez también ha concebido un hijo; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril.
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Porque ninguna cosa será imposible para Dios.
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Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia.
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En esos días María se levantó y fue apresuradamente a la región montañosa, a una ciudad de Judá;
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y entró en casa de Zacarías y saludó a Elisabet.
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Y aconteció que cuando Elisabet oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo,
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y exclamó a gran voz y dijo: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
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¿Por qué me ha acontecido esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?
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Porque he aquí, apenas la voz de tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de gozo en mi vientre.
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Y bienaventurada la que creyó que tendrá cumplimiento lo que le fue dicho de parte del Señor.
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Entonces María dijo: Mi alma engrandece al Señor,
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y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.
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Porque ha mirado la humilde condición de esta su sierva; pues he aquí, desde ahora en adelante todas las generaciones me tendrán por bienaventurada.
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Porque grandes cosas me ha hecho el Poderoso; y santo es su nombre.
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Y DE GENERACION EN GENERACION ES SU MISERICORDIA PARA LOS QUE LE TEMEN.
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Ha hecho proezas con su brazo; ha esparcido a los soberbios en el pensamiento de sus corazones.
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Ha quitado a los poderosos de sus tronos; y ha exaltado a los humildes;
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A LOS HAMBRIENTOS HA COLMADO DE BIENES y ha despedido a los ricos con las manos vacías.
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Ha ayudado a Israel, su siervo, para recuerdo de su misericordia
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tal como dijo a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia para siempre.
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Y María se quedó con Elisabet como tres meses, y después regresó a su casa.
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Cuando a Elisabet se le cumplió el tiempo de su alumbramiento, dio a luz un hijo.
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Y sus vecinos y parientes oyeron que el Señor había demostrado su gran misericordia hacia ella; y se regocijaban con ella.
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Y al octavo día vinieron para circuncidar al niño, y lo iban a llamar Zacarías según el nombre de su padre.
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Pero la madre respondió, y dijo: No, sino que se llamará Juan.
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Y le dijeron: No hay nadie en tu familia que tenga ese nombre.
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Entonces preguntaban por señas al padre, cómo lo quería llamar.
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Y él pidió una tablilla y escribió lo siguiente: Su nombre es Juan. Y todos se maravillaron.
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Al instante le fue abierta su boca y suelta su lengua, y comenzó a hablar dando alabanza a Dios.
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Y vino temor sobre todos los que vivían a su alrededor; y todas estas cosas se comentaban en toda la región montañosa de Judea.
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Y todos los que las oían las guardaban en su corazón, diciendo: ¿Qué, pues, llegará a ser este niño? Porque la mano del Señor ciertamente estaba con él.
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Y su padre Zacarías fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó diciendo:
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Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque nos ha visitado y ha efectuado redención para su pueblo,
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y nos ha levantado un cuerno de salvación en la casa de David su siervo,
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tal como lo anunció por boca de sus santos profetas desde los tiempos antiguos,
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salvación DE NUESTROS ENEMIGOS y DE LA MANO DE TODOS LOS QUE NOS ABORRECEN;
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para mostrar misericordia a nuestros padres, y para recordar su santo pacto,
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el juramento que hizo a nuestro padre Abraham:
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concedernos que, librados de la mano de nuestros enemigos, le sirvamos sin temor
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en santidad y justicia delante de El, todos nuestros días.