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Jesús, pues, sabiendo todo lo que le iba a sobrevenir, salió y les dijo<***>: ¿A quién buscáis?
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Ellos le respondieron: A Jesús el Nazareno. El les dijo<***>: Yo soy. Y Judas, el que le entregaba, estaba con ellos.
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Y cuando El les dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron a tierra.
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Jesús entonces volvió a preguntarles: ¿A quién buscáis? Y ellos dijeron: A Jesús el Nazareno.
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Respondió Jesús: Os he dicho que yo soy; por tanto, si me buscáis a mí, dejad ir a éstos;
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para que se cumpliera la palabra que había dicho: De los que me diste, no perdí ninguno.
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Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la sacó e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco.
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Jesús entonces dijo a Pedro: Mete la espada en la vaina. La copa que el Padre me ha dado, ¿acaso no la he de beber?
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Entonces la cohorte romana, el comandante y los alguaciles de los judíos prendieron a Jesús y le ataron,
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y le llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote ese año.
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Y Caifás era el que había aconsejado a los judíos que convenía que un hombre muriera por el pueblo.