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Tomás, al que apodaban el Gemelo,
les dijo a los otros discípulos: «Vamos nosotros también y moriremos con Jesús».
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Cuando Jesús llegó a Betania, le dijeron que Lázaro ya llevaba cuatro días en la tumba.
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Betania quedaba solo a unos pocos kilómetros
de Jerusalén,
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y muchos se habían acercado para consolar a Marta y a María por la pérdida de su hermano.
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Cuando Marta se enteró de que Jesús estaba por llegar, salió a su encuentro, pero María se quedó en la casa.
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Marta le dijo a Jesús:
—Señor, si tan solo hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto;
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pero aun ahora, yo sé que Dios te dará todo lo que pidas.
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Jesús le dijo:
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—Es cierto —respondió Marta—, resucitará cuando resuciten todos, en el día final.
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Jesús le dijo:
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Todo el que vive en mí y cree en mí jamás morirá. ¿Lo crees, Marta?
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—Sí, Señor —le dijo ella—. Siempre he creído que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que ha venido de Dios al mundo.
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Luego Marta regresó adonde estaba María y los que se lamentaban. La llamó aparte y le dijo: «El Maestro está aquí y quiere verte».
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Entonces María salió enseguida a su encuentro.
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Jesús todavía estaba fuera de la aldea, en el lugar donde se había encontrado con Marta.
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Cuando los que estaban en la casa consolando a María la vieron salir con tanta prisa, creyeron que iba a la tumba de Lázaro a llorar. Así que la siguieron.
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Cuando María llegó y vio a Jesús, cayó a sus pies y dijo:
—Señor, si tan solo hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
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Cuando Jesús la vio llorando y vio que los demás se lamentaban con ella, se enojó en su interior
y se conmovió profundamente.
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—les preguntó.
Ellos le dijeron:
—Señor, ven a verlo.
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Entonces Jesús lloró.
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Las personas que estaban cerca dijeron: «¡Miren cuánto lo amaba!».
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Pero otros decían: «Este hombre sanó a un ciego. ¿Acaso no podía impedir que Lázaro muriera?».
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Jesús todavía estaba enojado cuando llegó a la tumba, una cueva con una piedra que tapaba la entrada.
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les dijo Jesús.
Entonces Marta, la hermana del muerto, protestó:
—Señor, hace cuatro días que murió. Debe haber un olor espantoso.
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Jesús respondió:
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Así que corrieron la piedra a un lado. Entonces Jesús miró al cielo y dijo:
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Tú siempre me oyes, pero lo dije en voz alta por el bien de toda esta gente que está aquí, para que crean que tú me enviaste».
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Entonces Jesús gritó:
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Y el muerto salió de la tumba con las manos y los pies envueltos con vendas de entierro y la cabeza enrollada en un lienzo. Jesús les dijo:
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Conspiración para matar a Jesús
Al ver lo que sucedió, muchos de los que estaban con María creyeron en Jesús;
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pero otros fueron a ver a los fariseos para contarles lo que Jesús había hecho.
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Entonces, los principales sacerdotes y los fariseos convocaron al Concilio Supremo.
«¿Qué vamos a hacer? —se preguntaron unos a otros—. Sin duda, ese hombre realiza muchas señales milagrosas.
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Si lo dejamos seguir así, dentro de poco todos van a creer en él. Entonces, el ejército romano vendrá y destruirá tanto nuestro templo
como nuestra nación».
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Caifás, quien era el sumo sacerdote en aquel tiempo,
dijo: «¡No saben de qué están hablando!
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No se dan cuenta de que es mejor para ustedes que muera un solo hombre por el pueblo, y no que la nación entera sea destruida».
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No dijo eso por su propia cuenta; como sumo sacerdote en aquel tiempo, fue guiado a profetizar que Jesús moriría por toda la nación.
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Y no solo por esa nación, sino que también moriría para congregar
y unir a todos los hijos de Dios dispersos por el mundo.
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Así que, a partir de ese momento, los líderes judíos comenzaron a conspirar para matar a Jesús.
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Como resultado, Jesús detuvo su ministerio público entre el pueblo y salió de Jerusalén. Fue a un lugar cercano al desierto, a la aldea de Efraín, y se quedó allí con sus discípulos.
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Ya faltaba poco para la celebración de la Pascua judía, y mucha gente de todo el país llegó a Jerusalén varios días antes para participar en la ceremonia de purificación previa al comienzo de la Pascua.
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Seguían buscando a Jesús, pero mientras estaban en el templo, se decían unos a otros: «¿Qué les parece? No vendrá para la Pascua, ¿verdad?».
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Mientras tanto, los principales sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes públicamente de que cualquiera que viera a Jesús avisara enseguida, para que ellos pudieran arrestarlo.