10
Nadie hay tan osado que lo despierte: ¿Quién pues podrá estar delante de mí?
11
¿Quién me ha anticipado, para que yo restituya? Todo lo que hay debajo del cielo es mío.
12
Yo no callaré sus miembros, Ni lo de sus fuerzas y la gracia de su disposición.
13
¿Quién descubrirá la delantera de su vestidura? ¿Quién se llegará á él con freno doble?
14
¿Quién abrirá las puertas de su rostro? Los órdenes de sus dientes espantan.
15
La gloria de su vestido son escudos fuertes, Cerrados entre sí estrechamente.
16
El uno se junta con el otro, Que viento no entra entre ellos.
17
Pegado está el uno con el otro, Están trabados entre sí, que no se pueden apartar.
18
Con sus estornudos encienden lumbre, Y sus ojos son como los párpados del alba.
19
De su boca salen hachas de fuego, Centellas de fuego proceden.
20
De sus narices sale humo, Como de una olla ó caldero que hierve.
21
Su aliento enciende los carbones, Y de su boca sale llama.
22
En su cerviz mora la fortaleza, Y espárcese el desaliento delante de él.
23
Las partes momias de su carne están apretadas: Están en él firmes, y no se mueven.
24
Su corazón es firme como una piedra, Y fuerte como la muela de abajo.
25
De su grandeza tienen temor los fuertes, Y á causa de su desfallecimiento hacen por purificarse.
26
Cuando alguno lo alcanzare, ni espada, Ni lanza, ni dardo, ni coselete durará.
27
El hierro estima por pajas, Y el acero por leño podrido.
28
Saeta no le hace huir; Las piedras de honda se le tornan aristas.
29
Tiene toda arma por hojarascas, Y del blandir de la pica se burla.
30
Por debajo tiene agudas conchas; Imprime su agudez en el suelo.