10
Me abominan, se alejan de mí, y aun de mi rostro no detuvieron su saliva.
11
Porque Dios desató mi cuerda, y me afligió, por eso se desenfrenaron delante de mi rostro.
12
A la mano derecha se levantaron los jóvenes; empujaron mis pies, y pisaron sobre mí las sendas de su contrición.
13
Mi senda derribaron, se aprovecharon de mi quebrantamiento, contra los cuales no hubo ayudador.
14
Vinieron como por portillo ancho, se revolvieron por mi calamidad.
15
Se han revuelto turbaciones sobre mí; combatieron como viento mi voluntad, y mi salud como nube que pasa.
16
Y ahora mi alma está derramada en mí; días de aflicción se apoderan de mí.
17
De noche taladra sobre mí mis huesos, y mis pulsos no reposan.
18
Con la grandeza de la fuerza del dolor mi vestidura es mudada; me ciñe como el cuello de mi ropa.
19
Me derribó en el lodo, y soy semejante al polvo, y a la ceniza.
20
Clamo a ti, y no me oyes; me presento, y no me atiendes.
21
Te has vuelto cruel para mí; con la fortaleza de tu mano me eres adversario.
22
Me levantaste, y me hiciste cabalgar sobre el viento, y derretiste en mí el ser.
23
Porque yo conozco que me conduces a la muerte; y a la casa determinada a todo viviente.
24
Mas él no extenderá la mano contra el sepulcro; ¿clamarán por ventura los sepultados cuando él los quebrantare?
25
¿Por ventura no lloré yo al afligido? Y mi alma ¿no se entristeció sobre el menesteroso?
26
Cuando esperaba el bien, entonces me vino el mal; y cuando esperaba la luz, vino la oscuridad.
27
Mis entrañas hierven, y no reposan; días de aflicción me han sobrecogido.
28
Denegrido anduve, y no por el sol; me he levantado en la congregación, y clamé.
29
He venido a ser hermano de los dragones, y compañero de los búhos.
30
Mi piel está denegrida sobre mí, y mis huesos se secaron con ardentía.