7
Cuando yo salía a la puerta de la ciudad, cuando en la plaza tomaba mi asiento,
8
me veían los jóvenes y se escondían, y los ancianos se levantaban y permanecían en pie.
9
Los príncipes dejaban de hablar y ponían la mano sobre su boca;
10
la voz de los nobles se apagaba, y la lengua se les pegaba al paladar.
11
Porque el oído que oía me llamaba bienaventurado, y el ojo que veía daba testimonio de mí;
12
porque yo libraba al pobre que clamaba, y al huérfano que no tenía quien le ayudara.
13
Venía sobre mí la bendición del que estaba a punto de perecer, y el corazón de la viuda llenaba de gozo.
14
De justicia me vestía, y ella me cubría; como manto y turbante era mi derecho.
15
Ojos era yo para el ciego, y pies para el cojo.
16
Padre era para los necesitados, y examinaba la causa que no conocía.
17
Quebraba los colmillos del impío, y de sus dientes arrancaba la presa.