11
Las aguas de la mar se fueron, Y agotóse el río, secóse.
12
Así el hombre yace, y no se tornará á levantar: Hasta que no haya cielo no despertarán, Ni se levantarán de su sueño.
13
¡Oh quién me diera que me escondieses en el sepulcro, Que me encubrieras hasta apaciguarse tu ira, Que me pusieses plazo, y de mí te acordaras!
14
Si el hombre muriere, ¿volverá á vivir? Todos los días de mi edad esperaré, Hasta que venga mi mutación.
15
Aficionado á la obra de tus manos, Llamarás, y yo te responderé.
16
Pues ahora me cuentas los pasos, Y no das tregua á mi pecado.
17
Tienes sellada en saco mi prevaricación, Y coacervas mi iniquidad.
18
Y ciertamente el monte que cae se deshace, Y las peñas son traspasadas de su lugar;
19
Las piedras son desgastadas con el agua impetuosa, Que se lleva el polvo de la tierra: de tal manera haces tú perecer la esperanza del hombre.
20
Para siempre serás más fuerte que él, y él se va; Demudarás su rostro, y enviaráslo.
21
Sus hijos serán honrados, y él no lo sabrá; O serán humillados, y no entenderá de ellos.
22
Mas su carne sobre él se dolerá, Y entristecerse ha en él su alma.