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Todos los creyentes eran de un solo sentir y pensar. Nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones, sino que las compartían.
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Los apóstoles, a su vez, con gran poder seguían dando testimonio de la resurrección del Señor Jesús. La gracia de Dios se derramaba abundantemente sobre todos ellos,
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pues no había ningún necesitado en la comunidad. Quienes poseían casas o terrenos los vendían, llevaban el dinero de las ventas
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y lo entregaban a los apóstoles para que se distribuyera a cada uno según su necesidad.
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José, un levita natural de Chipre, a quien los apóstoles llamaban Bernabé (que significa: Consolador),
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vendió un terreno que poseía, llevó el dinero y lo puso a disposición de los apóstoles.